Desde hace años las montañas del Pirineo, y en concreto las del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, han sido unos escenarios que he visitado en las distintas estaciones del año.
                 Por Juan Manuel Borrero.

Desde hace años las montañas del Pirineo, y en concreto las del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, han sido unos escenarios que he visitado en las distintas estaciones del año.
Por Juan Manuel Borrero.

“Pasé muchas horas vagando por los alrededores del refugio esperando un rápido movimiento de aquellos ojillos negros y brillantes. Era una cuestión de paciencia, cualidad necesaria para la práctica de la fotografía de vida salvaje.”

Juan Manuel Borrero

RELATO DEL FOTÓGRAFO JUAN MANUEL BORRERO

Desde hace años las montañas del Pirineo, y en concreto las del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, han sido unos escenarios que he visitado en las distintas estaciones del año. Sus farallones, bosques y prados alpinos siempre han sido fuente de inspiración para la toma de escenas naturales.

Los otoños en Ordesa son exquisitos por la variedad de colores que sus bosques ofrecen al visitante. La primavera y el verano lo tiñen de verde, y el invierno, el blanco domina sus cumbres y valles.

Aquel helado día comencé el itinerario que sube por el margen izquierdo del valle a primera hora parando en las cascadas del río Arazas.

Más adelante, en el bosque de hayas, la caminata se hace lenta por los interminables detalles que aparecen por todos lados, y que necesité fotografiar. La vegetación me ofrecía infinidad de colores y formas que debía captar. Alcanzada la Cola de Caballo, el sendero serpentea subiendo el circo de Soaso en dirección al refugio de Góriz, mi destino final.

En la falda del Monte Perdido, este refugio ofrece parada y fonda a los excursionistas que suben al pico, y en aquella ocasión iba a ser mi alojamiento en los próximos días con el fin de conseguir un reto: ver y quizá fotografiar el escurridizo armiño.

Este mustélido no es amigo de mostrarse en público y con una estrategia singular, que consiste en cambiar de color dependiendo de la estación del año, pasa desapercibido a toda mirada curiosa.

Pasé muchas horas vagando por los alrededores del refugio esperando un rápido movimiento de aquellos ojillos negros y brillantes. Era una cuestión de paciencia, cualidad necesaria para la práctica de la fotografía de vida salvaje.

Ella me ofrecería el premio más preciado.

Casi totalmente con su blanco invernal, el armiño salió a buscar sus presas con frenéticos movimientos. Seguirlo con la vista no era sencillo y menos con una cámara y una óptica de 600 mm. Durante horas seguí al hambriento animal y el resultado fueron muchas fotos, en la mayoría fotos desenfocadas o movidas, salvo alguna toma como ésta, que apareció detrás de una roca y que después acepté como el mejor regalo que aquel precioso animalillo me quiso brindar.

Tras la experiencia volví a casa satisfecho y cansado. Entonces no me imaginaba que sería mi primera y única observación de un armiño en estado salvaje.

Juan Manuel Borrero

www.borrero.eu

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