Tindaya

Actualizado 26/06/2009 – 02:47:04
EN EL AIRE
Volvíamos el lunes de tirar la basura en un contenedor que hay en lo alto del valle.
El camino tiene una pendiente que agota subir andando, pero que me encanta, porque es el único lugar donde me ha salido al vuelo el engañapastores, casi de noche, con las alas en aspa y el pico muy abierto para cazar los insectos como un murciélago. Empero aún no había oscurecido y se oía, a lo lejos, el ronroneo de dos tractores allá abajo, llevándose las espirales de hierba recién segada.
Todo se veía desde arriba envuelto en una bruma que subía del río, blanquecina como el tallo a cuya base, en contacto con la tierra, no llegaba la luz desde hace días, de lo espigada que ya estaba, por lo que se quedaban los campos de un verde muy claro, casi blancos, tras la siega, mientras el aire olía a castaño florecido. Lo más parecido que evoca este olor, es el de la primera castaña que comes aún cruda, blanca, tras quitarle las mondas oscuras y amargas.
Habría que poder guardar todo esto de alguna manera, como quiso Chillida guardar la luz del sol en una montaña. La idea de hacerlo en Tindaya, se la dio José Miguel Alonso Fernández-Aceytuno, a quien yo siempre recuerdo con la que era su novia, Esther, en la cocina de la casa de mi tía Ana María, cuando todavía estudiaba José Miguel arquitectura, siempre sonriendo, con una de esas sonrisas que solo posee quien procura reír cada día.
Ojalá se pudiera guardar también este olor de los castaños que tiene esta tarde el aire, discreto, auténtico, verdadero, honesto, para que el sol, cuando salga, no se avergüence de lo que ilumina.

Mónica Fernández-Aceytuno

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