Hay libros que no saben qué hacer para llegar a…
Pío Baroja
Anteayer estuve a punto de comprarme unas zapatillas doradas, parecían bailarinas, con un lacito negro.
Las tuve un rato en la mano, 29 euros, y ya estaba pensando en llevármelas cuando le di la vuelta y vi que no tenían más que una suela fina de ante. Dónde voy yo con estas zapatillas. El frío entra por los pies en el norte: se puede ir en manga corta en pleno invierno, te puedes mojar incluso bajo la lluvia paseando, caminar por la orilla de un mar embravecido, pero lo que jamás de los jamases se debe hacer, es enfriarse los pies, porque por ahí entran los peores catarros del mundo como si aquí, bajo la Tierra, el núcleo no estuviera fundido, sino helado.
Cuando murió Pío Baroja, hace cincuenta años, en la necrológica que le dibujo Mingote llevaba, además de boina, mientras caminaba por el cielo, pantuflas, una de esas pantuflas de cuadros, calentitas y de lana y con una suela de goma del grueso de un dedo. Esto no lo puede entender quien no viva en el norte en una casa en un pueblo o en el campo, donde el suelo está permanentemente mojado en invierno, y aunque se disponga de tarima de madera y de una buena calefacción en toda la casa, sube desde la tierra una frialdad que entra por los pies si se va descalzo, o con inútiles zapatillas elegantes.
Para escribir, igual que para leer, no hay que arreglarse, se puede escribir en la cama, o en bata y zapatillas, o vestido de casa. Aunque a mí me cuesta creerlo, hay gente que presume de que siempre se arregla para escribir. A Baroja se le notan sus pantuflas, y es una maravilla, cómo corta las frases para que tengan la poseía justa, el sol que sale por detrás de unas casuchas en «La Busca», o las estampas holandesas en «Los amores tardíos», y en el último libro que estoy leyendo, «El árbol de la ciencia», se percibe el frío del ambiente y el calor literario de sus pies bien abrigados. Lo leo junto a la chimenea, tapada con una manta y, a falta de zapatillas eficaces, con los calcetines más calientes que he encontrado.
Miro hacia la galería y entre la bruma de los cristales empañados, veo las mismas hortensias que tienen los Baroja en su casa Itzea, esas grandes hortensias azules que viran al malva con el frío.
Mónica Fernández-Aceytuno