Soleados días de otoño gallego

Soleados días de otoño gallego

Parece este otoño una mujer triste, madura y hermosa. Cada día que llega da pena que se vaya.

El principio del otoño suele ser así en Galicia, dulce y luminoso; claro que, no todos los años. Sin ir más lejos, el año pasado llovió tanto que la gente se levantaba por la mañana y al ver que seguía lloviendo se ponía a llorar a la puerta de su casa, y en la mirada y en los ojos y en el pensamiento y en la esperanza, todo era agua.

Lo único bueno de aquellos días era que las noches estaban despejadas. Entonces, bajo las estrellas, surgía el mismo sentimiento de culpabilidad que flota en los días soleados de otoño, como si esas noches, como si estos días, se hubieran robado a otro lugar, a otro tiempo, a otras personas.

Y así, lo que se comenta hoy por los caminos no es qué buen día hace, sino que ya lo pagaremos, que este sol no es normal, que nos hará daño; cualquier cosa con tal de no aceptar tanta belleza inabarcable; tanto prado verde, de luces, anaranjado; tanto olor a sazón de manzanas.

En los soleados otoños gallegos se vive como si no se viviera, disimulando, callando, aguantando la respiración, la exclamación, la admiración ante el paisaje como si no estuviera ahí el paisaje, como si el día no sucediera, como si no hubiera traído estas bellísimas luces, mientras hacemos que no las vemos para no tener que llorar si el sol vuelve a marcharse.

Que nadie se engañe: no es el sol lo que se añora. Es la luz del sol en los prados, en las fuentes, en los maizales; esa luz que parece estar hecha para entrar por todas las ventanas.

Viene el sol tan bajo, alcanza tan poca altura sobre el horizonte, que las cocinas se llenan de una luz que alimenta, y los dormitorios de una luz que acuna, y los salones de una luz que acompaña.

Es una luz hecha para vivir con las mujeres y los hombres de Galicia, una luz que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo y que compensa por todos los días oscuros, por todos los vendavales, por todas las lluvias.

Por esta luz sobre la tierra es por la que lloran los gallegos cuando están lejos.

Mónica Fernández-Aceytuno

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