PAÍÑOS

EL BUSCADOR DE PAÍÑOS

Quedamos para vernos en El Derby de Santiago, una de esas cafeterías donde aún entra por la ventana la luz de siempre, o es otra luz, más tierna, cansada de tanto entrar por la misma ventana. A mí, las ventanas del Derby, me recuerdan mucho a las de los trenes porque si uno se sienta a tomar un café en una de las mesas que hay junto a ellas, tiene la impresión de avanzar, viendo el pasar de la gente.

En el momento en el que me disponía a desayunar, entró el buscador de paíños. Antes de verlo, ya sabía que era alto, él mismo me lo había advertido, pero también es cierto que ya lo había imaginado así, al leer su nombre: Estanislao Fernández de la Cigoña, como si un nombre tan singular y tan largo, sólo pudiera pertenecer a una persona espigada. Ya en la cafetería, no sólo era el más alto, sino el más cargado de libros. En realidad, más que un buscador de paíños, Fernández de la Cigoña, es un investigador, y el descubridor en muchos islotes de nuestra más pequeña ave marina.

El paíñó es diminuto como un gorrión, oscuro como un mirlo, y tiene las patas palmeadas y negras como las de un cisne. El pico también es negro y con él filtra la sal del agua y bebe el plancton y el aceite que se queda flotando tras los barcos cuando descartan peces. Tras su estela, parecen los paíños golondrinas volando como mariposas porque su vuelo es errático, indeciso, frágil. A veces han sido arrastrados por el temporal del norte y han caído sobre los campos extremeños, como la lluvia. Pero ésto es algo excepcional ya que son pájaros de mar adentro, “paíño del mal tiempo” lo llaman los marineros, y jamás se posa en tierra si no es para la cría en los islotes de fuera de puntas.

Tienen que ser islotes rocosos de caracter oceánico, abierto; y además estar desnudos, sin vegetación; y que lo batan con fuerza las olas; y que no vivan en él los roedores. Cuenta el buscador de paíños que, para encontrarlos, sólo hace falta una linterna y un poco de olfato, pero yo creo que también es necesario un extraordinario afán por lo maravilloso. Con sólo una piragua y un amigo le sorprendió a Estanislao un temporal y se encontraron agarrados a la piragua volcada, entre las olas, justo frente al acantilado de Finisterre, donde la gente empezó a agolparse para verlos. Ellos levantaron el brazo para comprobar que sabía la multitud que estaban allí, muriéndose de frío, porque en estas aguas se muere antes de hipotermia que por ahogamiento. Y, sí, todos les saludaron, pero sólo el patrón de “Playa de Corveiro”, viendo la gente agolpada, se dió cuenta de que allí pasaba algo y los recogió, y les puso por encima unas mantas para llevarlos hasta la sala de máquinas, que tiene el calor de un nido.

Al despedirnos, yo ya tenía la cabeza llena de paíños. ¡Cúantos naúfragos hay entre a los que lo maravilloso se entregaron!, pensé por el camino. Pero a Estanislao Fernández de la Cigoña, no hay quien lo hunda: lleva sus libros bajo el brazo.

Mónica Fernández-Aceytuno

www.aceytuno.com

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