La seroja es la hojarasca más tardía. La más seca…
MERO Y LUNA
EL MERO Y LA LUNA
A las tres de la tarde de ayer, José de Veza, pescador menorquín, cosía redes en Mahón, feliz, frente a una mar alterada que empezaba a calmarse.
La noche anterior pescó sesenta kilos de mero –Epinephelus guaza– de los cuales algunos ejemplares superaron los dieciocho kilos de peso. La razón de tanta pesca, estuvo en la luna, que ya lo dice José a todo el mundo: “el que sabe, sabe, y el que no, que se dedique a otra cosa”. Los meros, igual que la sepia, van de noche al reflejo de la luna en el agua, y la luz de la luna llena debió de pasar como el rayo de un faro sobre los palangres que calaron en el mar de noche, con unos jureles prendidos en los anzuelos. Esta luna de noviembre tiene un tamaño aparente mayor que el de otras lunas, porque viene muy baja, como el sol de día. La luna parece siempre más grande en el horizonte que en el cénit y, al ponerse por el oeste, parece llenar la luna el mar entero, y llenar el vacío entre los edificios de las ciudades. No es de extrañar que los japoneses, a la luna llena de noviembre, la llamen la luna de los brazos extendidos.
Dicen que es un efecto óptico, sólo una ilusión de los ojos, que engaña a los hombres y engaña a los peces.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 1-12-2001
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