HOJAS

LAS HOJAS

Llovía en Madrid, y a las suelas húmedas de los zapatos se pegaban las hojas, polizones de los pasos, y reocorrían varias calles, más allá de su árbol, más lejos de lo que el viento pudiera llevarlas, más alto que los pájaros, y subían varios pisos mientras los pies las pisaban.

Dijo F.H. Crick, premio Nobel de medicina y fisiología compartido con Watson en 1962 por el descubrimiento de la estructura en doble hélice de ADN, que no está fuera de una posibilidad razonable que los primeros genes que llegaron a la Tierra hubieran sido traídos por el espacio desde otros lugares del Universo, con las lluvias o los vientos celestes, como una hoja en otoño. Ahora bien, la vida cambia a poco que se desplace, no hay más que fijarse: una misma semilla crece de forma diferente si cae en umbría o cae en solana, por lo que al ser el lugar que ocupa la Tierra único e irremplazable en el espacio, cabe pensar que, aunque hubiera vida en otro lado, nunca sería como ésta. Por eso en el Universo es un hecho grandioso y raro el de las hojas cayendo del árbol.

Cuando en los próximos días llame al doctor Guerra para saber si ha encontrado al calamar gigante a veintidós millas de Lastres, en Asturias, tengo que acordarme de preguntarle si está navegando por el mar con hojas de roble en las botas.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 13-10-2001

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