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Jerónimo nos envía la segunda parte sobre el Verdecillo.

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Jerónimo nos envía la segunda parte sobre el Verdecillo.

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Jerónimo nos envía la segunda parte sobre el Verdecillo.

EL VERDECILLO – 2

por Jerónimo

Es curioso, nunca había visto un Verdecillo en la misma cúspide de un

ciprés, estaba en la última ramita, la más cercana al cielo. Tan delgada era

la rama que la vencía un poco hacia un lado. Cantaba mirando a poniente,

como ellos lo hacen, deprisa, deprisa, ¿a quién cantaba?, ¿esperaba a su

pareja o a otra nueva y solitaria como él?. Yo creo que intentaba buscar

entre los últimos rayos de la tarde, un halo de esperanza de algo, que

aleteando y atraído por su canto se posase junto a él, a ser posible con

plumas verdes y amarillas.

Ahora los Cipreses parece que, como casi todo, se colocan donde no es

tradición, ¿será que los parking repletos de coches nos quieren recordar

algo como aquello de “no corras, papá”, “acuérdate de los cipreses del

parking”. También puede ser que yo mismo esté anticuado y que recordar a

estos pajarillos en los campos, llenos de margaritas y “ababoles” ya es

historia. Mirar desde lo alto de un ciprés y ver una alfombra de coches en

el suelo, quizá sea lo moderno y lo progre. Acaso ahora los pajarillos estén

tomando nota para reunirse en un futuro y juerguearse con un botellón lleno

de alpiste, sin “perfolla” a barra libre, sin miedo a atragantarse, aunque

le explote la molleja.

Me alegra ver que este año, he notado la abundancia de estas pequeñas aves,

no sucede lo mismo en las especies de Verderones, casi totalmente ausentes.

También he visto algunas crías de Jilgueros. Las tres especies se alimentan

de las mismas semillas, al Jilguero además les gusta las binzas negras de

los cardos, que parecen alcachofas ya viejas y floridas. Son semillas

negras, ovaladas y muy duras.

Todo cambia. Por fin, mi pareja de Torcaces, sacaron adelante su cría y ya

se han marchado. Nunca imaginé que a tres metros de una ventana, en una

encina, podría instalarse un nido de Torcaces. Hemos tenido la paciencia

de no hacer ruido para no ahuyentarlos. Hablábamos “a bonico”, ni siquiera

le he dedicado unas estrofas de Sor: “Como Gotas de Agua”.

No atrae especialmente su forma de cantar. No zurean como nuestras

autóctonas. Cantan con ruidos guturales, como los habitantes de las llanuras

tártaras sin utilizar la lengua. A veces ese Run Run especial de la Torcaz o

la Tórtola es la música de fondo que se percibe cuando los científicos o

biólogos filman la vida de los Leones, Cebras o Gacelas jóvenes en peligro,

en las llanuras del Kalahari.

Espero que nuestra Torcaz se incorpore a los bandos que en noviembre cruzan

la península desde Valcarlos hasta donde se pone el sol. Quizá cuando

regrese el próximo año a Europa con sus nuevas compañías y orientando su

ruta por las peñas milenarias de la Cabrera, diga al pasar, “ahí abajo nací

yo”.

Intentará llegar a cualquier punto de Europa con el deseo de saborear las

cerezas y arándanos salvajes, y pasear por debajo de los árboles que en

hilera perfecta se divisan desde la plaza de la Concordia en cada una de las

orillas de los Campos Elíseos, (qué perfección, cómo cuidan y podan estos

árboles). Me recuerdan las macetas de “alábega” que ponían los agricultores

en sus casas o las que plantaban en las lindes de las hortalizas, para

pasarles la mano e inflar sus pulmones con inspiraciones de ese aroma tan

natural y sencillo.

He recordado varias veces al Verdecillo a la caída de la tarde, tan

solitario. Había cruzado toda la península con la ilusión de encontrar una

pareja. Dentro de poco el pobre pajarillo tendrá que volver a su tierra,

quizá algo triste, pensará que no siempre son eficaces los trinos que se

lanzan al aire, con amor y pasión desde lo alto de un ciprés.

Además no entiendo su incorporación al bullicio de la ciudad para que al

mirar al suelo, en vez de ver margaritas y amapolas sus ojillos se llenen de
<br>un mosaico variopinto de automóviles apretados y en silencio. ¡Qué pena!

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