Dando el pasado día 13 una vuelta por los lechines viejos de la linde del Pinalejo me encontré cara a cara con una lagartija que me miraba con la misma curiosidad con que yo la miraba a ella.
Sin verle el rostro supe que, en su pobreza, se sentía rico, por poder ser generoso.
Mónica Fernández-Aceytuno
Me llamó la atención la cantidad de palomas que, de pronto, emprendieron el vuelo casi a la vez, a toda velocidad, hacia una pequeña calle, casi un callejón parisino.
Eran tantas que no se veía el cielo, y al mirar hacia donde se dirigían, descubrí en la acera a un hombre del que no conseguí ver el rostro, sólo su espalda mientras de un saco iba sacando una suerte de alpiste, que esparcía para que lo comieran sin pelearse las palomas.
Sin verle el rostro supe que, en su pobreza, se sentía rico por poder ser generoso.
Destilaba su presencia en la ciudad la misma dignidad que el guardián del centeno en el campo.
Desde París, buen día,
Mónica
Mónica Fernández-Aceytuno