Al pasar con el coche, de regreso a Madrid, se…
Empeño
Hay noches en las que hay que salir a buscar limones. No es una tarea fácil, ni siquiera de día. A fuerza de podas los limones están muy altos y nunca hay una escalera a mano por lo que suelo utilizar el palo de una escoba que tiene una pequeña asa en forma de herradura, muy útil porque abrazas el peciolo del limón y, tirando con fuerza, al final, con un ruido seco, caen. Como mueves todas las ramas, tienes el peligro de que te caiga otro que no esperabas en la cabeza, por lo que ir a por limones, se convierte casi en un arte. Si además le añadimos que es de noche, se puede colegir la dificultad que entraña dicha tarea.
Se podría pensar que es absurdo recolectar limones de noche pero era casi siempre de noche, este verano, cuando llamaban unos amigos, nuestros o de nuestros hijos, diciendo que venían a tomar una copa y, claro, había que ir a buscarlos. Mi marido solía decir: imposible, no hay quien los coja a oscuras. Pero yo me iba como una bruja con la escoba a por ellos, y buscando en la oscuridad de las ramas la claridad del fruto, acababa por agarrar con el asa alguno. Fue entonces cuando descubrí que, por encima del limonero, en una noche sin luna, tenía encima toda la Vía Láctea. Sobre un fondo muy oscuro, brillaban todos esos frutos del cielo que son las estrellas. Entonces cayó un limón al suelo.
Ahora que estoy lejos, me gusta recordar esa noche en la que vi por encima del limonero tantas estrellas y pienso que jamás hubiera contemplado en el silencio sonoro de una noche de verano esa imagen si no hubiera creído que era posible ir casi a tientas a buscar un limón en lo alto.
Buen día,
Mónica
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