JAVIER

JAVIER

Javier posee una de las cosas que yo más admiro en la vida y que es esa infrecuente dignidad del que es feliz con lo que tiene y no tiene.

Fue un acierto pasar esos días en la Masía de Bou, mis hermanos y yo, cada uno con sus familias, de nuevo todos juntos después de esa despedida de la que casi no te enteras el día que te casas, cuando dejas de vivir para siempre con tus hermanos, tras no haber hecho casi otra cosa que vivir con ellos cada día.

En realidad el nombre de la casa en la que estuvimos es Mas d´en Bou, y así son aquí todos los nombres, como salidos de la tierra y del campo y del aire y de la luz, que es diferente en cada sitio, por eso, ¿cómo no iban a ser los nombres distintos si hasta los pájaros tienen una voz propia, un trino, un reclamo, un timbre, según el lugar donde anidan? Pero es que, incluso traducidos sus vernáculos, las flores parecen tener varias vidas, y lo que yo llamo cala, aquí se llama lirio de agua, y así las plantas viven y florecen varias veces, al tener más de un nombre.

También el tiempo corre en el Bajo Ampurdán de otra manera, pues ya se ha recogido la patata, que duerme en grandes cajas de madera que parecen cunas, abrigada de la luz por las hojas secas de la planta, y por la copa de los pinos.

Esta tierra, se diría que se hizo para Javier, al ser toda llana, sin cuestas junto al mar, con playas donde hay tablas instaladas para que se pueda llegar con una silla de ruedas. La rueda es un invento inútil entre los granos de arena.

No salimos del agua, esa agua de la Costa Brava que parece que no te moja, sino que envuelve, como otra suerte de aire, azul, espeso y transparente, salado, en el que flotas lleno de dulzura por la vida.

Mientras, Javier leía su periódico deportivo. Vete a bucear, le dije a mi hermana, que hay sepias desovando en las rocas y lenguados nadando a mariposa, entre la arena del fondo, vete, que yo me quedo con Javier, tú dime, ¿qué quieres que haga? Nada, cuando te lo pida, le pasas la hoja del periódico.

Al atardecer, de nuevo en la masía, que era lo mismo que volver al siglo dieciocho, nos estaba esperando Miguel para regalarnos unos tomates y unos pimientos verdes y para regalarme a mi más nombres desconocidos. A esa hora pasan las gaviotas sobrevolando la masía, en hileras, hacia la playa, lanzando al cielo una voz como de niños que se quejan no sabe de qué, y por los sequísimos rastrojos andan sin prisa las gracillas blancas, coloreadas por la última luz del día.

Cenamos todas las noches al olor de la tierra que se enfría. Después los niños jugaban. Mi hijo mayor siempre con Javier. Nacieron casi al mismo tiempo. Si juegan al fútbol se ponen juntos de portero. Si juegan al escondite, mi hijo se esconde tras su silla, y al Rumikub también van juntos. Al ser jun juego de números siempre ganan porque en cálculo mi sobrino Javier corre más que nadie.

Si algo me ha gustado de esos días, no ha sido el sol, ni el campo, ni la playa, sino pasar hojas de un periódico deportivo. Me ha gustado que, sin tener que irme muy lejos, alguien me necesitara.

Reader’s digest

Mónica Férnandez-Aceytuno

Octubre 2003

Aceytuno.com

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