LA HARINA

LA HARINA

Iban a moler el trigo al molino de río que hay más allá de Payo en una burra blanca. La burra, sabía el camino. También las niñas que eran entonces Manuela y su hermana. De cada ferrado de trigo, el molinero quitaba una maquila como pago por su trabajo. Una vez molido el grano, cargaba la harina poniendo mucho cuidado en que las niñas, de vuelta, no cayeran. Tras la guerra, se pusieron a pensar dónde podrían esconder el trigo para que no se lo requisaran. A alguno se le ocurrió que el mejor lugar, como así resultó, era el panteón familiar donde, en sacos, sepultaron de noche el trigo. “A la primavera siguiente habría quien se extrañaría de ver tantas espigas alrededor de las tumbas”, les dije, y mis vecinos se rieron. Con la conversación, ese alimento, se nos hizo la tarde noche. Cuando les acompañamos a sus casas, estaba ya muy alta sobre el camino la luna llena, blanca y ligeramente oculta por la harinosa niebla.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 24-8-2013

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