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Querida Mónica:

Como a nuestra hija Isabel le sobraron dos lunas de sus cuarenta, andamos buscando a quién regalarlas.

Querida Mónica:

Como a nuestra hija Isabel le sobraron dos lunas de sus cuarenta, andamos buscando a quién regalarlas. Y sabiendo que usted busca media luna pálida, media luna de mañana, nos hemos aplicado en la tarea de encontrarla y hacérsela llegar.

La tarea no resulta tan fácil como yo esperaba, quizás tenga usted razón en aquello de la inclinación abusiva (y comprensible) de los poetas por el plenilunio. Y sin embargo, durante el camino, estamos encontrando cosas tan hermosas… No importa nada no encontrar lo que uno busca cuando la busqueda resulta tan fructuosa. Verá, parece que un ángel (o niña) nos bendice y éstos son los resultados, o la prueba de su bendición, por el momento.

Siguiendo la senda de Li Po (o Li Bai, según las traducciones), que en la boca de Marcela de Juan suena delicioso, mejor que en ninguna otra boca española o china, he encontrado este poemita que, por desgracia, Marcela no versionó – se lo copio, por tanto, de otro sitio:

CANCIÓN A LA LUNA EN EL MONTE EMEI

Luna del monte Emei, medio disco otoñal,

un reflejo errabundo del río Pingyang.

Por la noche zarpamos de Qingxi a Sanxia.

Pienso en vos y no os veo, yendo hacia Yuzhou.

No es una luna de mañana (ni siquiera de invierno lo es) pero nos vamos acercando, ¿no le parece?

¿Conoce la historia del final de la vida Li Po?, poeta solitario y sublime de la dinastía Tang -un tiempo en el que “cada hombre era un poeta”?- Marcela (esta vez, sí) nos la cuenta:

“Entonces, durante diez años, el poeta lleva una vida errante, donde lo que aquí llamaríamos las tabernas y el vino desempeñan el papel principal.

Como Wordsworth, Li Po buscaba la soledad de las montañas. Era amante de la naturaleza. Para él, el pico Lu Shan, o el hondo valle de Otoño eran como una casa confortable donde se sentía libre para beber y cantar, dormir y meditar. Pasó la mayor parte de su vida al aire libre por los campos, a la sombra de lo árboles floridos y bajo la luz de las estrellas, escribiendo sus innumerables poemas, que son la expresión espontánea de su alma, correspondiendo a la canción de los malvises o a la llamada de alguna cascada en lontananza.

Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre la manera en que abandonara nuestro planeta. Su muerte está rodeada de cierto misterio. Una versión afirma que, paseando un día en barco, ebrio como de costumbre, inclinóse demasiado con intención de abrazar a la luna que reflejaban las límpidas aguas del lago, y pereció ahogado. Sería una lástima que fuera una leyenda. ¡Qué muerte más bella para un poeta!”

Y aunque tampoco aquí nos aparezca una luna decreciente, yo creo que la luna de este maravilloso poema nos está abandonando un poco a todos:

Una jarra de vino entre las flores.

No hay ningún camarada para beber conmigo,

pero invito a la luna,

y, contando a mi sombra, somos tres…

Mas la luna no bebe,

mi sombra se contenta con seguirme.

Tardaré poco en separame de ella;

¡la primavera es tiempo de alegría!

A mí, personalmente, la dulce tristeza de estos versos (dotados de una paradójica alegría) me recuerda el estribillo de nuestro villancico, ése que comienza: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va…” y que a mí, desde bien niño, subido a lomos del coche, de camino a la Nochebuena de mis abuelos de Segorbe (ya fallecidos), me ponía los pelos de punta, y sentía que me hacía crecer como crecen los niños, los sueños y las esperanzas durante las noches.

¿Uno más de Po? Éste no necesita luna para justificar su presencia. Me pregunto si Thoreau lo conocería. (Un inciso, Mónica. Estoy escribiendo con una sola mano. Con la izquierda sujeto a Isabel que mira absorta al teclado. Parece que su repiqueteo le interesa).

Me preguntáis por qué estoy aquí, en la montaña azul.

Yo no contesto, sonrío simplemente, en paz el corazón.

Caen las flores, corre el agua, todo se va sin dejsar huella.

Es éste mi universo, diferente del mundo de los hombres.

Uno más (¡son tantos!):

Agito mi abanico de plumas blancas.

duermo entre el follaje.

Me quito el gorro y lo cuelgo en la roca.

El viento de los pinos me acaricia la frente.

Jules Laforgue era un gran poeta lunar. Sus versos son tristes, inhóspitos, de una belleza gélida (como un lecho de mármol, son). ¿Me permite un excurso por la geografía lunar? Creo que merece la pena leerlo deprisa, trabucando la lengua aposta o perdiendo los pies y la cabeza:

CLIMA, FAUNA Y FLORA DE LA LUNA

Hay noches, oh Luna de Inmaculada Concepción,

En que yo, parásito de las nebulosas de ocasión,

Me complazco, desde la frescura de los tejados de nuestra Babilonia,

En concebir tu clima y tu flora y tu fauna.

No sabiendo qué inventar para ofrecerte mis instantes de tedio,

¡Oh Almadia del Nihil en los solitarios muelles de nuestras noches!

¡Tu atmósfera es estable, y tú sueñas, petrificada

En climas de silencio, eco de hipogeo

De un cielo átono donde nube alguna se duerme

Entre vientos que a lo sumo susurran que estamos muertos?

Montañas de nácar y golfos de marfil

Reflejan entre sí sus paredes de místicos cálices,

En ensenadas donde, sobre abundantes pilotes, con ademán lento,

Las sirenas se hacen trenzas, se lamen los costados,

Lívidas después de haber cebado de lujurias lunares

Por allá, a esos joviales delfines de geiseres de mercurio.

Sí, es el hechizante y permanente otoño

Sin termometro, embalsamando mares y continentes,

Cegados estanques, oftálmicos lagos, manantiales

De Leteo, cenizas de aire, desiertos de porcelana,

Oasis, solfateras, cráteres extintos,

Árticas sierras, cataratas que parecen zinc,

Elevadas mesetas cretáceas, abandonadas canteras,

Necrópolis menos vetustas que sus gramíneas,

Y dólmenes en caravanas -y todo muy

staisfecho de haber cumplido su papel, de soñar al fresco.

¡Salud, lejanos sapos arrugados, vigías

Sobre las cumbres, castañeteando los dientes a esas tórtolas

Jóvenes que intrigan vuestros aires! ¡Salud, cetáceos

Luminosos! ¡Y vosotros, bellos como acorazados,

Cisnes de antaño, nobles testigos de los cataclismos;

Vosotros, blancos pavos reales erguidos en luces de prismas;

Y vosotros, jorobados Fetos, contemporáneos glabros

De las Esfinges paciendo pesares con broncíneos mostachos,

Que, en el chapoteo de las basálticas grutas,

Rumiáis el Por Fin! ¡Como una nigua inmortal!

¡Sí, renos de cristalinas cornamentas; osos blancos

Graves como Magos, paseándose,

Con los brazos en cruz hacia las mieles del divino silencio.

Puerco espines bruñendo inútilmente vuestras lívidas lanzas;

Sí, mariposas de lomos empavesados de joyas

Abriendo vuestras alas a dos batientes de infolios;

Sí, gelatinas de hipopótamo en pálidas

Flotaciones de rebaños alumbradores de encéfalos,

Pitones en intestinos decerebros muertos de abstracto,

Bancos de enmohecidas elefas que un simple soplo desharía!

¡Y vosotros, flores fijas, mandrágoras con rostros,

Cactus obeliscales de frutos en sarcófagos,

Selvas de macizos cirios, paquetes de pólipos,

Palmeras de blanco coral con resinas de acero!

¡Lirios marmóreos de histéricas sonrisas,

Que comenzáis a propagar albas músicas

Cada cien años, cuando vais a producir leche!

¡Hongos acondicionados como palacios!

¡Oh Firmes! Ya no sabemos a quien galardonar

Con lo lunar, y, sobre todo, ¡qué lección de calma!

¡Todo parece emanado de un mismo acto de fe

Para con la Nada Cotidiana sin razón ni explicación!

Y nada produce sombra ni se desagrega;

Ni nace, ni madura; todo vive de un Sortilegio

Sin hogar que apenas induce a meterse en gastos

Más que para amores blancos, lunares y distraídos…

¡No, acabaríamos con dolores de cabeza,

Con la idiota risa de los mármoles Eginetos

Para siempre de tanto estancarse en espejo muerto!

Y pronto olvidaríamos cómo se sale de alli.

Y sin embargo, ¡ah! es allí adonde se vuelve aún

Y siempre, una vez que a la Madrépora se ha comprendido”.

Finalmente, a la deriva, sin rumbo, mecido por la dulzura de Marcela, fui a parar en Wordsworth. Hay lunas en sus versos, pero aún no encontrado la que usted necesita. Sin embargo… creo que le gustará este hermoso poema dedicado a una hermana, y donde aparece un pájaro que a usted le resultará familiar:

“VERSOS ESCRITOS A ESCASA DISTANCIA DE MI CASA, Y ENVIADOS POR MEDIO DE MI NIÑO PEQUEÑO A LA PERSONA A QUIEN SE DIRIGEN”

(O: “A MI HERMANA”)

Hoy es el primer día apacible de Marzo:

cada minuto es más dulce que el anterior,

el petirrojo canta desde lo alto del alerce

que se alza junto a nuestra puerta.

Hay en el aire bendiciones,

que parecen extender una sensación de alegría

por los árboles desnudos, y por las montañas desnudas,

y por la hierba en los campos verdes.

¡Hermana mía! (es mi deseo)

ahora que ya hemos terminado el desayuno,

apresúrate, renuncia a tus tareas de esta mañana,

ven aquí y siente el calor del sol.

Edward vendrá contigo, y por favor,

ponte deprisa tus ropas de ir al bosque,

y no traigas libro alguno, pues en verdad este día

lo consagraremos al ocio.

Ninguna triste forma habrá de gobernar

nuestro Calendario viviente:

desde hoy, amiga mía, fecharemos

el comienzo del año.

Amor, que ahora nace en universo,

de un corazón a otro se va hurtando,

de la tierra al hombre, del hombre a la tierra,

-es la hora del sentimiento.

Ahora un momento podría darnos más

que cincuenta años de lucidez;

nuestros pensamientos han de beber por cada poro

el espíritu de esta estación.

Y del bendito poder que gira

en derredor, abajo, arriba;

habremos de dar forma a la medida de nuestras almas,

para que se acompasen con el amor.

Así pues, ¡ven, hermana mía! ven, te lo ruego,

deprisa ponte tus ropas de ir al bosque,

y no traigas libro alguno, pues en verdad este día

lo consagraremos al ocio.

Seguiremos buscando, desde esta casa, esa luna. El sábado próximo Isabel cumplirá dos.

Un saludo afectuoso,

José Carbonero.



En China, la luna ha sido siempre un símbolo vinculado a la familia. Cuánto me acuerdo, Mónica, de esa luna rosa del día en que su hijo tenía un examen y usted decidió atraparla con una columna nada más salir de la cocina de su hogar.

Disculpe, por favor, la extensión de este mensaje tan largo.

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