Como si el hueso de las olivas les pesara igual que una piedra,
Linneo lo bautizó como Aesculus hippocastanum, castaño del caballo, haciendo referencia a la leyenda que aseguraba que los turcos alimentaban con sus frutos a los caballos viejos.
Joaquín
Hace un par de semanas realicé una preciosa excursíón por el norte de Aragón y por Navarra. Aparte del románico monumental que se puede admirar en infinidad de emplazamientos, destacando el Museo Diocesano de Jaca, me ha llamado la atención la gran riqueza de sus espacios naturales. Poco a poco te iré enviando Notas con comentarios sobre los monumentos vegetales que más me han llamado la atención.
El castaño de Santa Cruz de la Serós, como muestra la imágen, destaca en toda su belleza sirviendo de contrapunto a la robustez de la torre campanario de la iglesia de Santa María. Estaba en plena floración. Innumerables panículas piramidales de flores blancas colgaban de sus ramas como si fueran los regalos de un árbol de Navidad. Hace días, nos llamabas la atención sobre el cambio de color que sufrían las flores del castaño al ser fecundadas, pasando de tener su centro de color amarillo a tenerlo rojo púrpura. Citando al botánico Bruno P. Kremer, nos decías que se trataba de un aviso de la flor para decirle al insecto que no perdiera el tiempo con ella, que ya estaba polinizada, que se fuera a otra flor.
Linneo lo bautizó como Aesculus hippocastanum, castaño del caballo, haciendo referencia a la leyenda que aseguraba que los turcos alimentaban con sus frutos a los caballos viejos para calmarles la tos y aliviarles el asma, como cuenta cuenta Font Quer en su “Discorides renovado”. Me extraña, pues sus castañas, ricas en aesculina, una saponina que produce hemólisis en los humanos y en muchas especies animales, son muy tóxicas aunque tanto ciervos como ardillas la soportan.
Un abrazo. Joaquín
Joaquín