Una araña teje en una noche varias telas orbiculares. A veces no le gusta el primer hilo,  y repara y repone y refactura la tela y pasa toda la noche tendiendo puentes invisibles entre las cosas.

Mónica Fernández-Aceytuno

Una araña teje en una noche varias telas orbiculares. A veces no le gusta el primer hilo, y repara y repone y refactura la tela y pasa toda la noche tendiendo puentes invisibles entre las cosas.

Mónica Fernández-Aceytuno

Cuando amanece, los bancos de hierro parece que tienen siglos, con sus telas de araña recién hechas. Cuenta el profesor Barrientos que una araña teje en una sola noche varias telas orbiculares, y que a veces no le gusta el primer hilo, aunque tenga cuatro metros de largo, y repara y repone y refactura la tela y pasa toda la noche tendiendo puentes invisibles entre las cosas. Quizá esta noche, una araña unirá alguna farola con la pared que llevaba años alumbrando, o a un coche con la copa de un árbol, o a dos fachadas enfrentadas por un camino. Buscando el paso de los insectos, los arácnidos suelen tejer redes en el alféizar de la ventana, y de ahí al tejado de la casa, y vuelta a la ventana, de suerte que van trazando líneas, garabatos que haría un niño para pintar el cielo y que, según Barrientos “es una imagen que impacta”, si se hacen por un instante visibles todos los hilos. Sólo en condiciones muy particulares de luz y de humedad, casi siempre con el rocío del otoño, se revela de pronto la verdad del paisaje: que llega el día como un regalo envuelto en celofanes.

Si la luz es fuerte, no se ve nada. Le falta a la realidad su lapicero de color, un trasluz, el agua de la mañana.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 7-10-2002

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