Esta mañana el cielo amanecía cubierto, amenazando lluvia; a última hora decido realizar una salida al campo.

Juan Carlos Delgado Expósito

Esta mañana el cielo amanecía cubierto, amenazando lluvia; a última hora decido realizar una salida al campo.

Juan Carlos Delgado Expósito

Esta mañana el cielo amanecía cubierto, amenazando lluvia; a última hora decido realizar una salida al campo. Al llegar al punto de partida de la zona que quiero visitar, dejo el coche a la entrada del camino y dudo si cargar con la mochila de la cámara y otros pertrechos de observador, la duda es porque la lluvia no parece que vaya a tardar en llegar, lo dicen las predicciones, pero además lo observo sobre el horizonte, al Oeste, conozco ese color del cielo y está ese dolor en mi pierna derecha desde ayer, no me hace falta el meteosat, ni ningún otro satélite.

Al final decido cargar con la mochila, pero también con una delgada chaqueta impermeable y con alguna bolsa de plástico porque más vale un por si a caso, que un no pensé. Después de unos quince minutos andando por la pista de tierra, observo a unos treinta o cuarenta metros, una liebre que se mueve despreocupada husmeando el terreno, a pocos metros de ella dos conejos salen y entran rápidamente entre la vegetación de la orilla del camino. Continúo la marcha y la liebre sigue a lo suyo, ignoro si se ha percatado de mi presencia, posiblemente no, pues se muestra muy confiada. Pero al poco sale huyendo sin salirse del camino y entonces la pierdo sobre un cambiando de rasante del terreno.

Entre la vegetación se oyen cantos muy diversos de aves que están ya en plena época de cría: mirlos, chochines, carboneros, pinzones y hasta algún pequeño buitrón vuela delante de mi, con ese vuelo que más parece que va rebontando en el aire que volando, y emitiendo su característico reclamo de vuelo.

A pesar de la oscuridad de la mañana, las flores del rosal silvestre lucen entre el verde de las madreselvas, aún con las flores cerradas y la maraña de zarzas, que se entrelazan entre las ramas de las encinas que muestran sus racimos de flores casi pasadas ya. Los fresnos y los chopos están ya cubiertos totalmente por sus hojas resplandecientes de un verde muy nuevo, como recién pintados.

Después de media hora de camino comienzan a caer algunas gotas de lluvia y en pocos minutos como ya suponía, comienza a engordar el agua, pero yo continúo con la caminata, no sin haber protegido bien los útiles más delicados. A pesar de la lluvia disfruto del paseo, son esos momentos que te hacen sentirte más cerca de la naturaleza, es cuando aparece ese lado salvaje que todos llevamos dentro desde tiempos ancestrales, de ese sentimiento que ya creo haberles hablado en alguna ocasión; es el olor de la tierra, la lluvia en tu cara, el paisaje solitario, aparentemente, porque la fauna sigue ahí; unos como los trigueros sin importarles la lluvia, siguen cantando desde sus atalayas, los cuervos se entregan a sus juegos, el milano real pasa en vuelo bajo y una tarabilla continúa en la rama visible de una chaparra de encina.

Al llegar de vuelta al coche, después de casi tres horas bajo la lluvia, no se mojó el equipo, a mi el agua me sale por todas partes, pero al final es otra manera más de disfrutar de esta maravillosa naturaleza extremeña, aquí en la Baja Extremadura.

Juan Carlos Delgado Expósito

Siguiente Post:
Post anterior: Coral Negro le dan un aspecto, no sé, mágico.

Cristóbal
Este artículo lo ha escrito

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.