La tarde se presenta agradable, más bien parece primavera, el reloj marca las dieciocho y cincuenta minutos

La tarde se presenta agradable, más bien parece primavera, el reloj marca las dieciocho y cincuenta minutos

La tarde se presenta agradable, más bien parece primavera, el reloj marca las dieciocho y cincuenta minutos, en el cielo nubes cúmulo dispersas aquí y a allá, un ligero viento sopla del Oeste, algunos buitres leonados se dejan llevar por el viento; un perdigón canta posado en una roca en la ladera Este de una pequeña sierra repleta de retamas. Justamente entre retamas ha tejido una araña angiope, su tela y en esta trampa mortal, forcejea una mantis religiosa, que por el tamaño puede tratarse de un macho, la araña acude inmediatamente cuando siente las vibraciones de la tela, que le avisa de que ya tiene allí una presa. La araña comienza rápidamente a envolver las patas de la mantis con sus hilos de seda, la presa intenta inútilmente escapar de ese hilo mágico, el arácnido con asombrosa maestría, va cercando, va inmovilizando, va inutilizando el arma más poderosa de la mantis: sus patas delanteras. Una vez neutralizadas las prensiles garras que podrían poner en aprieto a la angiope, esta comienza a empaquetar todo el cuerpo del mántido; de manera rápida la araña va rodeando con su hilo, que sale de su conducto correspondiente a borbotones, todo el cuerpo de su presa. La santateresa ya apenas si se mueve, en poco más de cinco minutos de reloj, queda envuelta en una mortaja blanca de seda, pero que al fin y al cabo es una mortaja.

La araña sabedora de que la mantis ya no tiene escapatoria posible, la deja y acude sin prisas aparentes a dar buena cuenta de una presa más pequeña, que ya tenía envuelta con su seda cuando le vino del cielo este regalo en forma de religiosa mantis, esta presa más pequeña es una avispa. Comienza esta cazadora de insectos a succionar los jugos de la avispa; una vez que ha terminado, han pasado unos treinta minutos de toda la historia y ahora la araña se acerca a la mantis y comienza a vaciar la cabeza de la presa. El sol es engullido por unas nubes negras, mientras va bajando hasta casi desaparecer sobre el horizonte de retamas, la mantis desaparecerá para dar vida a su cazador, que cuando termine su casi cena, tendrá que reponer su tela, pues la batalla la ha dejado con numerosos desperfectos.

Juan Carlos Delgado Expósito

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