Me acaba de escribir mi hijo mayor diciéndome que no para de nevar en París, y anteayer, yendo hacia Asturias, estaban al atardecer los Picos de Europa nevados con una luz amarillenta como el pecho de un quebrantahuesos que se hubiera lavado en barro

Me acaba de escribir mi hijo mayor diciéndome que no para de nevar en París, y anteayer, yendo hacia Asturias, estaban al atardecer los Picos de Europa nevados con una luz amarillenta como el pecho de un quebrantahuesos que se hubiera lavado en barro

Me acaba de escribir mi hijo mayor diciéndome que no para de nevar en París, y anteayer, yendo hacia Asturias, estaban al atardecer los Picos de Europa nevados con una luz amarillenta como el pecho de un quebrantahuesos que se hubiera lavado en barro.

Es preciosa la luz de la nieve. Y la de los bosques ahora que ya casi no les quedan hojas, y se veían por la carretera las ramas moradas de los abedules, algún pino con un cuervo en lo alto, y al fondo la blancura, ocre al atardecer, de la nieve.

Los tejados de la ciudad y los bosques de las laderas, como esos hayedos donde se refugian los rebecos en invierno, es tal vez lo que más me gusta cuando nieva.

Que pasen un buen día.

Mónica Fernández-Aceytuno

AUTOR DE LA FOTOGRAFÍA: Kaiko (www.kaiko.es)

Hayedo de Río Frío para el libro “100 BOSQUES”

Y hoy, en ABC:

EVOLUCIÓN

En Gijón, donde hace tanto frío que casi nadie anda sin sombrero o gorro de lana, han puesto bombillas azules en los magnolios. Desde hace doscientos millones de años que dan solo flores blancas, tienen hoy azul en sus ramas.

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Y a propósito de las hayas:

EL UROGALLO

El canto del urogallo recuerda en una de sus partes al sonido que hace una bola en la ruleta de juego justo antes de caer, indecisa, clo, clo, clo, entre los números rojos y negros.

Después viene una seguidilla, que es cuando dicen que el urogallo ni ve ni oye, y esto lo aprovechan quienes lo saben para dar dos pasos, dos, avanzando al cantadero que suele estar en un tombo, que es como se llama al último rodal de hayas más alto en la montaña.

Ahora están vacíos porque el urogallo no canta hasta que llega la primavera, pero hay cantaderos que se usan durante generaciones y otros que, no se sabe por qué, han quedado desiertos y aunque a las hayas les vuelvan a salir un día todas las hojas a la vez en abril, si no canta el urogallo como hacía, es como si no llegara la primavera al hayedo, igual que una fiesta sin nadie, o un teatro vacío.

El jabalí, cada vez más numeroso, acaba con las puestas del urogallo, al anidar en el suelo.

Estos días de invierno, se vuelve más arborícola. Hasta que llega la primavera y baja a cantar. Entonces, según Tomás Alonso, se oye su canto a dos kilómetros, el sonido en el que hay que estarse quieto, y después la seguidilla que le deja sordo y ciego y en la que hay que avanzar dos pasos, dos, y volverse a quedar parado, clo, clo, clo, si se quiere ver un urogallo cantando.

No sé por qué cada vez que repaso lo que me he propuesto para este año, me acuerdo de cómo hay que hacer para verlo: que estarse quieto, es una manera de ir avanzando; y que yendo derecho hacia lo que queremos, se puede echar todo a perder, cuando crujen bajo nuestros pies las hojas de las hayas.

M.F.-A. (ABC, 14-1-2008)

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