El volcán

Lo más cerca que he estado de un volcán activo ha sido en Guatemala. La gente vivía, vive aún en las laderas cubiertas de ceniza donde hasta a los cafetales les costaba salir adelante. Los niños, se diría que se daban mejor que las plantas y salían de todos lados para darte unos palos que en principio pensamos que se usaban como bastones, pero luego nos dimos cuenta de que estaban quemados en la punta. Ibas hasta arriba a caballo, con el niño llevando las riendas, sonriendo a cada rato desde abajo. Aquello no era una atracción turística. Era, sencillamente, la manera de vivir junto a un volcán, entre las cenizas. Llevar a los pocos que íbamos hasta la cima para después bajar hasta el río de lava. No creo que haya hecho nada más insensato en mi vida. Descendía una gran lengua de lava roja desde el cráter, lenta y inexorablemente, llena de troncos ardiendo, al rojo vivo, haciendo un ruido como si estuviera masticando el mundo a su paso. Entonces ya usabas el palo para ir bajando y al tocar la lava, se prendía como una cerilla. Salías con las pestañas quemadas y la cara al rojo vivo. Luego te volvías y el lugar donde habías estado, lo había engullido la lava. Bajando, nos cruzamos con una familia que recolectaba aguacates por el camino que el padre cargaba con una red a la espalda. La pobreza era casi total entre las cenizas.

Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 17-4-2010

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