César González Ruano

Según me voy adentrando por el camino del tiempo, me doy cuenta de que la cultura no es una cosa árida sino más bien un cúmulo de casualidades que te salen al paso, para que te detengas en ellas.

Se podría decir que lo que sé, lo sé de casualidad. O al menos así, por casualidad, suelo encontrar los artículos y los libros que escribió César González Ruano.

Por un acertado título: “Mis casas”, me estoy enterando ahora de lo que se veía por las ventanas de las diferentes casas en las que vivió Ruano, cómo eran y, por lo tanto, cómo fue su vida desde 1903 a 1953. De haberse titulado este libro “Las casas”, no hubiera llegado a mis manos pues fue precisamente el determinante posesivo el que le hizo gracia a mi marido para regalarme este libro. Además, una casa no vale nada si no se ha vivido, si no ha sido nuestra.

Una noche anterior a este regalo, en una cena con amigos y hermanos, hablando de las casas, había tratado yo de explicar, con bastante poco acierto, lo importante que es para mí que la casa esté incorporada al paisaje y, aún más que la mía, la casa del vecino, al ser siempre ésa, y no la tuya, la que verás por la ventana hasta el final de tus días.

La suerte en la vida, creo, pienso, no es tener una buena casa, sino que nunca a un vecino se le ocurra decir “aquí estoy yo”, al construirse su vivienda. Nuestra casa es lo que se vive dentro, y lo que hay fuera. Y tiene gracia que Ruano, de todas sus casas, recuerde con tanta emoción un estudio con el techo de cristal y abundantes goteras en la calle Vía Margutta, 33 desde cuya terraza “la vista de Roma era magnífica” y, el tiempo que allí pasó, “”de las temporadas más pobres y más alegres””.

En casi todas sus casas, al final, encontramos siempre alguna estufa o chimenea que, ya lo escribe Ruano, no es para él “un detalle decorativo, sino una vieja obsesión y casi una necesidad”.

Yo también, en esta lluviosa mañana de viernes, voy a encender la chimenea, y a terminar el libro de Ruano y, después, a lo mejor hasta me subo al nuevo terraplén que acaban de hacer aquí atrás para ver cómo se ve desde allí la casa y el humo, entre los castaños que ya verdean.

Mónica Fernández-Aceytuno
Del artículo de ABC titulado MIS CASAS (1903-1953)
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