vermiculado.

Se dice del plumaje de algunas aves lleno de líneas sinuosas como las que traza un verme o el relieve del tronco de un árbol.

El autillo es el más pequeño de nuestros búhos: pesa cien gramos y tiene el tamaño de un mirlo. Aunque es abundante resulta difícil verlo porque tiene el plumaje grisáceo y vermiculado, igual que los troncos de algunos árboles. Al autillo se le ve por su canto. Llama en la noche el macho a la hembra cuando empieza a hacer calor y su llamada es como el canto del grillo o del sapo partero, dulce, tierna y melancólica, igual que las noches de verano. En las aldeas, se oye al autillo entre el ir y el venir de los tractores cuando no dan abasto para segar la hierba que se queda, a su paso, como un mar verdoso detenido. Francisco Bernis señala que «en Madrid abunda en verano, viéndose en los árboles de los paseos de la capital» y que es observación comprobada en tertulia nocturna por el Paseo de la Castellana. Triste y dulcemente, sobre el tráfago de los coches, el autillo responde a quien le llama, si ha logrado imitar su canto. En algunas localidades se refieren al autillo con el nombre de coruja o curuja: «Cuando canta la curuja ni manta ni mantuja».

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