VAN GOGH

VAN GOGH

Cuando se suicidó Van Gogh ya estaba muerto, y en ese vivir sin vida dio sus últimas pinceladas, en las que todas tienen el trazo y el surco de una lágrima muy ancha.

El bosque en el que aparecen dos figuras podría ser un bosque de álamos a la orilla de un río, una chopera en la que se oye el rumor de agua de las hojas y del río mientras la hierba se inclina hacia los troncos por el peso de su propia vida ya espigada. Como Tolstoi, vio Van Gogh la manera en la que se doblegan la hierba alta y el trigo, y vio los caminos que no se sabe dónde acaban y el campo y su soledad y su intento de huida. Pero ¿adónde vas?, si estás solo, porque se te ha dado otra forma de comunicarte con el mundo, con los antepasados y los contemporáneos y con todos los que no han nacido. Pero a cambio, has muerto en vida.

Sólo con esa premisa se puede hacer algo. O se muere mientras se hace, febrilmente, como Mozart componiendo su Requiem. ¿Para quién trabaja? ¿por qué de esa manera? Las últimas horas de Van Gogh, el misterio, están expuestas hoy en el Museo Thyssen, sin que tengamos ninguna respuesta. Ya en la manera de retorcerse, de caerse sus lirios a la tierra, se notaba que no esperaba nada, ni lo hubiera querido, ni hubiera hecho del éxito una profesión de haberlo tenido en vida. Al contrario, hubiera huido porque no trabaja para él la obra de arte. Y ése, con el origen de la vida, es el más grande misterio aún no resuelto.

¿Para quién trabaja Van Gogh?, ¿para Dios o para el peor de sus demonios?, ¿es un don o un castigo divino?, ¿para quién?, ¿para qué?, ¿para el hoy, para el ayer, para el mañana?

No sabe para quién trabaja el que hace una obra de arte.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 22-6-2007

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