f. Comunidad de animales salvajes.
quinceta.
f. Vanellus vanellus. Ave pía, blanca y negra, del tamaño de una paloma que se caracteriza por tener reflejos metálicos verdes en la espalda y dorso de las alas, y una cresta, un penacho de plumas en la cabeza. Pertenece a la familia de los chorlitos (Charadriidae) y aunque cría en pocos lugares en España, en ocasiones con cientos de puestas como en las Marismas del Guadalquivir a partir de febrero con un nido en el suelo, siempre cerca del agua como buen chorlito, resulta más frecuente verla durante el vuelo en grandes bandadas desordenadas, lentas y horizontales en invierno, o ya posadas por los pastizales y los barbechos, buscando lombrices e insectos, con su pico negro no muy largo, caminando con sus patas rojas oscuras, mirando fijamente la tierra helada con sus ojos casi negros, mientras emiten, también de noche, un reclamo muy curioso que recuerda al maullido de un gato, o al sonido que hace un juguete, un pato lleno de aire, si lo aprietas. Protagoniza la avefría las llamadas fugas de tempero relacionadas con las olas de frío, por lo que recibe nombres como nevadera, o aguanieves, entre tantos otros que demuestran la cercanía de estas aves a los ojos, la mente y la palabra humana.
Nombres vernáculos recolectados por Bernis para Vanellus vanellus
Nevadera, quinceta, pegeta, zanconela, moñuda neverina, aguanieves, aguzanieve, nevera, nevadera, frailiño, bibis, quinceta, quiceneta, quincela, quincera, judía, judieta, pedreta, capuchina, chogarima, chudía, garza marina, abibe, paloma judía.
Ahora que se han unido ya todos los inviernos, aparecen las avefrías. La tierra se ve toda gris, que es el color del frío, mientras las recién llegadas acuden con prisa al surco labrado por los agricultores, al terrón helado, por fin desmenuzado, abierto como una fruta. A cierta distancia parecen estas aves otros cuervos, por ese pecho negro que es lo que más se ve de una avefría de lejos. Pero al oír su claro maullido, que es como un lamento por el frío, como la voz de un gato en la noche de invierno, se da uno cuenta de que se trata de avefrías, con su penacho de plumas, su pecho pío, negro y blanco, y sus preciosas plumas irisadas y verdes. No son pájaros migradores, de esos que una mañana de otoño caen a miles, todos juntos, como una cascada, perfilando con su vuelo el tejado de las casas, justo por delante de las ventanas, como si lloviera desde una piñata abierta en el cielo, y que se quedan varios meses. No. Las avefrías protagonizan las fugas de tempero, que son sólo breves huidas de la nieve, y de la tierra endurecida y helada como el cemento. Si por recordar cómo levantan el vuelo las avefrías, cómo se arremolinan, damos sin pensar una palmada al aire, las avefrías se irán a otro campo, porque no hay forma de explicarle a una avefría que no fue un disparo lo que salió de nuestras manos.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 25-10-1999