LA REALIDAD

LA REALIDAD

En la T-4 de Barajas, junto a los mostradores de facturación, hay tres esculturas enormes que son tres damas: «La soñadora», «La coqueta» y «La realista».

Yo me tropecé el otro día solo con la última, una escultura de bronce grande como la cabeza de una mujer y un mundo, firmada por el escultor Manuel Valdés, con unas letras a sus pies de Mario Vargas-Llosa que parecían un poema, por ese peso que tienen las palabras solo en las lápidas y en los versos. La realista. “Sólo existe lo/ que piso, miro/ siento y toco:/ la lluvia que/ nos moja/ los perros que/ nos huelen/ y los apresurados/ transeúntes”. Sigo leyendo hasta el final y me voy a pasar el arco de metales con “La realista” en mi cabeza: “Pobres amigas,/ ustedes tienen miedo/ a la vida y por/ eso se esconden entre/ las musarañas de/ la fantasía./ Yo sé vivir”.

De pronto, un pájaro, posado sobre una bandeja de acero. Nadie lo mira. Es un gorrión, con su babero negro al cuello, que al final se va volando hacia lo alto, hacia esos lucernarios que tienen una suerte de gajos de plástico grises para que llegue la luz biselada y, por allí, al fin lo averiguo, es por donde entran y salen los gorriones de la T-4, quizás donde ya anidan.

Cabe esperar que estos gorriones, como los leones marinos que llegaron a las Galápagos, evolucionen en esta isla de cristal y bambú hacia tonos más claros que los del barbecho, y que su canto se vuelva más fuerte para que se oiga entre los avisos a navegantes.

La realidad.

¿Quién podía imaginar que por aquí dentro volarían los pájaros?

Solo quienes, pobres desgraciados, lo soñaron.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 24-7-2009

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