KABUL

NIEVE EN KABUL

Tras la ciudad de Kabul se ven hoy los montes nevados.

Allí las casas parecen cajas de zapatos, como tantas otras casas de las ciudades donde vive mucha gente y todo son viviendas de una planta, pero en Kabul, en vez de estar coloreadas en azul y amarillo y rojo como las casas y las flores tropicales, tienen aquí el gris sucio del cartón de una caja de zapatos, contra el blanco puro e inocente de unos montes muy erosionados, cubiertos ahora, más bien espolvoreados, de nieve.

Tampoco en Kabul se encaraman las casas muy arriba hacia la montaña, como sucede en las colonias que rodean la ciudad de México, sino que se quedan extendidas por el valle las viviendas grisáceas, todas iguales, sin arbolado entre ellas.

Para mí esta falta de árboles, en cualquier lugar del mundo, es siempre el mayor signo de pobreza. A veces, también de pobreza intelectual, y creo firmemente que si nosotros somos cada vez más así, unos siempre de un lado, y otros siempre del otro, se debe en parte a la aspereza que imprime en el carácter la creciente falta de arbolado también en nuestros paisajes.

Empero en Kabul, en la foto que me envían, se ven dos árboles con unas pocas hojas secas que parecen grajillas posadas en las ramas, y por sus bordes lobulados se diría que son hojas de roble, pero resulta arriesgado asegurarlo por una foto.

También recibo la fotografía de una familia afgana: un hombre, dos mujeres con burka añil y tres niños, circulando los cinco en una sola moto.

Están nuestros soldados en Afganistán, mujeres y hombres uniformados con los colores del desierto, algunos mirando la ciudad de Kabul y esos montes donde, esta semana, ha nevado.

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