12:08 del Lunes 29 de Diciembre de 2008

Se diría que tenía cuatro alas, en vez
de dos, este charrán común, que grabé el sábado desde el muelle. Se ve en leer más.

Se diría que tenía cuatro alas, en vez de dos, este charrán común que grabé el sábado.

Si le da la luz del sol, se le transparentan, como si no las tuviera, las alas.

Y se puede oír, con la voz del viento, también su voz, de la que una vez escribí:

LA VOZ DEL CHARRÁN

Van cada uno por su lado, el mar y la tierra.

Mientras en tierra no se podía casi ni respirar, en el Átlántico hacía frío, el pasado jueves, a las siete de la tarde,a esa hora en la que el sol ilumina los picos más altos del oleaje y, por un instante, tienen las montañas de agua su solana y su umbría en las cordilleras de un mapa que se hace y deshace a cada rato. Una bandada de charranes pescaba. Se distinguen de las gaviotas por muchísimas cosas: su cuerpo y su vuelo esbelto, la cola ahorquillada, su cabeza negra, el pico rojo, la forma de dejarse caer, de pronto, con las alas abiertas, hacia el mar, en picado. Pero es la voz del charrán la que nos dice que es un ave marina distinta. Esta voz, nada resultaría más arriesgado que tratar de traducirla a sílabas, pero se puede afirmar que acaba claramente en “i”. De hecho, en las costa de Asturias y en Cádiz, a los charranes, además de golondrinas de mar, los llaman chirris.

Se ven estos días pescando en esos bancos de sardinas que nadan en cardúmenes tan espesos y tan cerca de la superficie que parece que el mar allí estuviera hirviendo. Al verlos lanzarse al agua dan ganas de no regresar nunca a tierra, quedarse al calor del frío, del viento y las olas, voceando como otro charrán sobre el mar: yo soy de aquí, yo soy de aquí.

Mónica Fernández-Aceytuno

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