Como si el mar, para nosotros, no tuviera olas; o los pájaros parecieran sólo un punto detenido en el cielo; así es la vida vegetal que vemos.

Mónica Fernández-Aceytuno

Como si el mar, para nosotros, no tuviera olas; o los pájaros parecieran sólo un punto detenido en el cielo; así es la vida vegetal que vemos.

Mónica Fernández-Aceytuno

El meteorólogo José Miguel Viñas me pidió que le enviara una foto de la planta que predice las tormentas con el movimiento de sus hojas.

Se trata de las plantas del género Oxalis, de la Aleluya (Oxalis acetosella) de flores blancas que se da en las umbrías de los bosques de hayas y que es más escasa que esta otra de la foto, también del género Oxalis de flores pequeñas y moradas que se multiplica en el camino de guijarros de mi casa.

Su poder de predicción es el mismo, al elevar las hojas al cielo cuando se acerca una tormenta.

Tienen gracia estas hojas con forma de trébol y a la vez de corazón verde cada una.

También los tréboles mueven las hojas hacia arriba y hacia abajo.

Haría falta otra vida, más lenta, en la que nuestros ojos captaran estos movimientos de las plantas, llamados nastias , para verlos.

Buen día,

Mónica

OTRA VIDA

De noche las hojas del trébol se mueven como las alas de un pájaro. Oscilan a oscuras arriba y abajo con un ritmo de dos horas, a veces de cuatro; y no tiene nada que ver el viento, ni la lluvia: es la planta la que aletea sin que sepamos muy bien para qué, o para quién se mueve tan despacio. Pero quiero otra vida. Otra vida por lo menos, para apreciar los gestos del trébol bajo las estrellas.

Hay todo un paisaje de bailes, movimientos de tallos, de frutos, de hojas, de flores, para el que hace falta otra vida de discurrir más lento. Como si el mar, para nosotros, no tuviera olas; o los pájaros parecieran sólo un punto detenido en el cielo; así es la vida vegetal que vemos. Y vivo sin conseguir atrapar el momento justo en el que los campos de trigo encamados por la tempestad, casi rotos por el peso de tanta agua, vuelven a mezclarse con el aire, y a espigar, no porque el sol los haya secado, sino por su propio esfuerzo, como el que hace cualquier planta al buscar la luz, o la oscuridad a veces.

Por ejemplo, la hierba del campanario –Lynaria cymbalaria– vive asilvestrada en casi todos los muros y sus hojas y sus flores buscan la luz, crecen hacia ella; pero en el momento en el que la flor se fecunda, sólo la flor que va a ser fruto y no las otras, se dirige poco a poco hacia la oscuridad de una grieta del muro para esconder allí el fruto con sus semillas. El caso de las amapolas es distinto. Es la gravedad la que lleva a la flor a mirar hacia la tierra mientras no se abre, y contra la gravedad, cuando se despliega con un movimiento que está vedado a nuestros ojos.

Sin embargo, en la India vive una planta llamada Desmodium gyrans capaz de mover las hojas tan rápidamente cuando la temperatura es elevada, que describe con su ápice una elipse en sólo medio minuto. Sin irnos tan lejos, en los bosques de hayas y de robles del Montseny, del Moncayo y de la Sierra de la Demanda, entre otras y, por supuesto, del Pirineo Oriental hasta Galicia, vive una planta cuyas hojas recuerdan las del trébol y que es capaz de predecir el tiempo con su forma de moverse. Se llama Aleluya porque florece por Pascua de Resurrección y, cada vez que se acerca una tormenta, sus hojas se levantan, y recorren más de un centímetro en un segundo.

Ya en el “Tratado de Botánica” de Strasburguer se consideraba, ante tanta respuesta físico-química de las plantas a los estímulos de la luz, de la tierra, de los objetos a los que se agarran, la posibilidad de una cierta orientación a un fin, de pulsaciones parecidas a las de los animales, aunque no se pueda hablar de verdadera conciencia. Tal vez, si el paso de una nube cerrara las flores de un pasto con la velocidad del vuelo de un pájaro, cambiarían de principio a fin todos los conceptos que tenemos de los vegetales.

Pero no se puede tener todo en esta vida, por eso quiero otra, a mayores. Y ver en la próxima bailes, olas, giros, hélices de los tallos, de las hojas, de las flores; quiero tener algún día lo que no he vivido mientras vivo.

Mónica Fernández-Aceytuno

Blanco y Negro, 18-4-1999

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