Doce hermanos indefensos dentro de aquel tronco hueco y viejo de un lejano verano de 1945.

AUTOR DE LA IMAGEN: Juan Carlos Delgado Expósito

Doce hermanos indefensos dentro de aquel tronco hueco y viejo de un lejano verano de 1945.

AUTOR DE LA IMAGEN: Juan Carlos Delgado Expósito

Una vez más me remito a mi infancia cuando observaba en el campo todas las novedades que iba descubriendo como ranas, insectos, pájaros, sanguijuelas, etc. Así como sus querencias, reacciones y en particular los carboneros con su canto repetitivo y pegadizo de -“chichaipan”-.

Estos son pequeños pajarillos de colores llamativos simpáticos y nerviosos. Siempre van con prisa, saltando de rama en rama, escudillando cada tallo y hoja de los arboles, buscando sus presas y comprobando exhaustivamente su campo de caza haciendo malabarismos para revisar las ramas por debajo como si fuesen ejercicios de equilibristas circenses. Cuando vuelan de un sitio a otro, no lo hacen a lo loco, siempre tienen preconcebido el vuelo para posarse en las mismas ramas del mismo árbol. ¿Por qué tienen esta precisión? Las aves de nuestro entorno, tienen la confianza de situarse por la razón de que han posado en la misma rama miles de veces, llegando a ese punto desde cualquier dirección con los ojos cerrados.

Además suelen seleccionar los árboles como si fuesen cafeterías para verse con amigos, tomar el aire, descansar, etc. En alguna ocasión, he comprobado que debajo de un árbol hay un montoncito de cacitas con forma de mojón, naturalmente esto no es producto de posarse un rato, es el resultado de haber dormido en la misma rama durante varias noches.

Aunque no viene al caso, en los montes donde abundan los conejos, eligen un raso limpio de matojos para hacer sus necesidades y estar tranquilos para poder divisar desde lejos a sus depredadores. Estas letrinas son compartidas por todos los miembros del vivac. Pienso que alguno absorto en la lectura y algo estreñido pese a las precauciones tomadas también se le pueden hacer tarde.

Volviendo a lo que nos ocupa, a la sombra de un gran árbol, una pesada y larga rama estaba sostenida por un viejo y hueco tronco desde donde se oían píar en su interior como pajarillos recién nacidos. Al comprobar el contenido vi una puesta de doce pajarillos, me quedé sorprendido por el número abultado de sus miembros, teniendo en cuenta que la media general de crías de los pequeños pájaros es de cuatro o cinco huevos. Pensé que sería un nido compuesto por dos madres quizá hermanas bien avenidas que decidieron compartir habitación y sustento a medias. Pero no, científicamente se han contabilizado más de quince huevos por puesta.

Es obvio comprender que los progenitores están obsesionados por buscar alimento para su hambrienta prole, justificado por su piar repetitivo de encontrar -“chichaipan”-.

Desconozco si le hicieron fotos o salieron en algún Nodo como familia numerosa y ayuda estatal.

De cualquier forma siempre que los oigo con su -“chichaipan”- me recuerda a aquella historia de doce hermanos piando al unísono para que con suerte les cayera en el pico abierto un pulgón rico con sabor a limonada.

Sus padres olvidándose de la crisis, levantaban el vuelo al alba, cantando con alegría para sacar adelante su proyecto, compuesto por doce hermanos indefensos dentro de aquel tronco hueco y viejo de un lejano verano de 1945.

Jerónimo

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