Hay gente de mar, gente de campo y gente de puerto. 

Mónica Fernández-Aceytuno

Hay gente de mar, gente de campo y gente de puerto.

Mónica Fernández-Aceytuno

Tras pasar este precioso día de verano en el mar, recupero lo que escribí sobre la gente de puerto.

GENTE DE PUERTO

Hay gente de mar, gente de campo y gente de puerto.

La gente de puerto nunca mira a los ojos, o mira solo a ratos. Y mientras el marinero está siempre mirando al mar y el campesino al cielo, la gente de puerto nunca se sabe adónde está mirando, si hacia arriba o hacia abajo, si al horizonte o a un buque amarrado. Son inescrutables. Y para una cosa de la que te alegras de cumplir años, que es tener más colmillo, no te sirve para nada con la gente del puerto, que te da mil vueltas y está curtida en mil historias y cubierto su corazón de algas y de caracolillos como la obra viva de una embarcación abandonada que jamás recibió el cuidado de la patente. Son costra pura, muelle, espigón, noray, todo inamovible, como el propio puerto del que viven.

Y así como los barcos nuevos llegan a puerto envueltos como momias para que ni la más mínima arenilla que vuele por el viento los raye en la entrega, que es cuando un barco es la imagen de la más pura inocencia porque aún no ha tocado el mar y parece aún más grande y más blanco en lo

alto de su cuna, así llegamos también nosotros, inocentes, al puerto, donde la gente se podría jurar que es firme como una roca, pero se mueve bajo los pies igual que un pantalán de madera en los días de mar y de viento.

Nunca sabes a qué atenerte con la gente del puerto. Puede que no lo sepan ni ellos, pues son variables como el pronóstico del mar, que puede estar en calma o rizada, y el pronóstico del viento, bonancible, fresco, fresquito.

Y quizás son así porque son una mezcla de todas las personas con las que tratan, desde el anciano que sale a pescar con su barquito de madera pintado en blanco y verde, y que son los mejores indicadores del estado de la mar porque son ellos los primeros que vuelven a puerto cuando la cosa se va a poner fea, a los dueños de los grandes yates que no saben cómo es el mar en invierno.

Y este tener que tratar a personas tan diferentes en el mismo lugar, les vuelve variopintos: encantadores y a la vez temibles, cercanos y huidizos, fiables y decepcionantes, marineros y campesinos. Gente de puerto.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, Sábado, 15-3-2008

Fondo de Artículos de

www.aceytuno.com

Siguiente Post:
Post anterior:
Este artículo lo ha escrito

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.