De las cuatrocientas ballenas francas boreales que quedan en el mundo, mis hijos y yo tuvimos el privilegio de contemplar al menos sesenta de ellas. Las divisamos desde 

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De las cuatrocientas ballenas francas boreales que quedan en el mundo, mis hijos y yo tuvimos el privilegio de contemplar al menos sesenta de ellas. Las divisamos desde

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De las cuatrocientas ballenas francas boreales que quedan en el mundo, mis hijos y yo tuvimos el privilegio de contemplar al menos sesenta de ellas. Las divisamos desde un barco que zarpa desde Provincetown, Massachussetts, cargado de fotógrafos aficionados hacía la bahía del Cabo del Bacalao, una lengua de tierra que sale hacia el mar y al final, en la punta, vira hacia sí misma queriendo hacer una espiral. Allí, en ese recoveco de agua protegida, afloran grandes masas de plancton sobre las que pacen estas vacas de Neptuno mansas e inofensivas. Y adecuadas también, según su nomenclatura inglesa (right whale) porque no se hundían después de ser harponeadas por los capitanes Hahab de Nantucket. Ni por los balleneros del Cantábrico. Creo que nosotros la llamamos ballena vasca.

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FOTO: Ballena Franca Boreal en la Bahía del Cabo del Bacalao (Massachussetts), Abril 2011

AUTOR: Iñigo Javaloyes

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