Los robles, los castaños, los chopos, los cerezos y las higueras de los cultivos, componen un conjunto cromático que es un placer para los sentidos.

Los robles, los castaños, los chopos, los cerezos y las higueras de los cultivos, componen un conjunto cromático que es un placer para los sentidos.

Todos los ríos y riachuelos de esta zona están ahora llenos de agua y corren caudalosos regando los campos. Los robles, los castaños, los chopos, los cerezos y las higueras de los cultivos, componen un conjunto cromático que es un placer para los sentidos.

Pilar López

Querida Mónica:

Regresamos a Jarandilla de la Vera, viendo el discurrir caudaloso del río Tiétar pleno de agua de lluvia, tal como hiciéramos meses atrás, sólo que entonces era verano. El paisaje ha cambiado completamente, los árboles de las riberas se han pintado con los colores del otoño, y se mezclan los amarillos, los dorados, los marrones, los rojos y los ocres de las especies caducifolias, con distintos tonos de verde de otras especies que no pierden la hoja. Es digno de ver este paisaje que ha dejado el otoño que ha venido tardío, y que ha traído las lluvias ya casi cuando va a comenzar el invierno. Todos los ríos y riachuelos de esta zona están ahora llenos de agua y corren caudalosos regando los campos. Los robles, los castaños, los chopos, los cerezos y las higueras de los cultivos, componen un conjunto cromático que es un placer para los sentidos.

De nuevo la lluvia nos acompañó durante todo el viaje, y durante todo el día, y al atardecer la niebla comenzó a cubrir las laderas, dejando un paisaje en tinieblas casi espectral. Toda luz desapareció, los pueblos parecían lugares fantasmas, nadie por la calle. Como era el día de Los Escobazos, muchos habitantes de esta comarca se desplazaban hasta Jarandilla. Las escobas encendidas las llevaban al hombro los jóvenes de la localidad y pronto arderían las hogueras repartidas por distintos lugares del pueblo. Nos dijeron que era un poco peligroso acercarse a ver este tradicional festejo si no llevábamos la ropa adecuada, pues lo más probable era que saliéramos algo chamuscados. Así que, como íbamos con niños, regresamos camino de Talayuela, dejando atrás los mirlos del parque, los intrépidos petirrojos, los ruidosos arrendajos, las rosas dobladas por las gotas de agua, y el fuego de los escobazos en la noche verata.

No quisiera hacer publicidad de ningún tipo, pero si tienen ocasión… hay un hotel rural cerca de Robledillo de la Vera que es un lugar mágico. Al menos eso me pareció, escuchando el viento entre las hojas de los chopos del camino de entrada y tomándome un café calentito en el interior. Y apenas adivinar la silueta de la sierra de Gredos tras una ventana.

De nuevo en la ciudad, sólo me queda retener en la memoria la inmensa belleza de estos lugares.

Un cordial saludo.

Pilar López.

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