Los estorninos que ocupan los huecos de las numerosas iglesias, parecían forman parte de las cruces y veletas de los campanarios.

                     Pilar López

Los estorninos que ocupan los huecos de las numerosas iglesias, parecían forman parte de las cruces y veletas de los campanarios.

Pilar López

Las golondrinas dáuricas se aseaban al amanecer sobre las antenas de los tejados y los estorninos que ocupan los huecos de las numerosas iglesias, parecían forman parte de las cruces y veletas de los campanarios.

Pilar López

TIERRAS DEL SURESTE

He viajado hacia el sureste, a través de las tierras de Badajoz, Córdoba, Jaén y Granada, y he visto los campos secos, los pastos agostados y el polvo de los caminos levantarse al paso de pequeños tornados.

A mí que me gusta observarlo todo con atención, ir de acompañante en el viaje me permite descubrir el vuelo de las aves y tratar de averiguar en un vistazo rápido sus formas, siluetas y colores, para poder así nombrarlas.

Las carreteras nacionales, alejadas de las autovías, aunque no son tan seguras y rápidas como éstas, nos dejan asombrarnos aún con la enorme variedad de paisajes del territorio español.

En la campiña sur pacense los buitres leonados trazaban círculos en el aire a la espera de que alguna oveja vieja no pudiera seguir más al rebaño; los rabilargos jóvenes seguían a los adultos entre los encinares de Cerro Muriano antes de vislumbrar la llanura donde se extiende la ciudad de Córdoba, tras la cual, camino de Jaén, lo que fueron extensos campos de cereales, guardan ahora algunos granos que bandadas de torcaces se apresuraban a picar ante la atenta mirada de los milanos reales; en tierras de Jaén y Granada, los olivos se alinean y suben hasta lo alto de la sierra, resultando inexplicable cómo consiguen los tractores subir hasta esos lugares sin rodar monte abajo; a la entrada de Granada, volaban sobre la vega del Genil, sobre los maizales, los aviones comunes, y los vencejos y las golondrinas dáuricas, pues donde hay agua, hay insectos, alimento para estas especies migratorias.

En los bosques que rodean la Alhambra, donde el agua corre por doquier y se recoge en albercas y aljibes para distribuirse por acequias, fuentes y lagos, auténticos remansos de paz y frescura, los mirlos, petirrojos, currucas, trepadores azules, herrerillos, carboneros, mitos e infinidad de pequeños pájaros, revoloteaban entre los árboles como si no fuera verano, ni hiciera calor, ni todo estuviera seco más allá de los cármenes y de los palacios nazaríes.

En el palacio de Carlos V, también dentro del recinto de la Alhambra, dos aviones roqueros hacían verdaderas piruetas entre las columnas de la primera planta del patio porticado. Y en el barrio del Albaicín, las golondrinas dáuricas se aseaban al amanecer sobre las antenas de los tejados y los estorninos que ocupan los huecos de las numerosas iglesias, parecían forman parte de las cruces y veletas de los campanarios.

Regresamos por el mismo camino, viendo de nuevo la tierra reseca y falta de agua. Cerca de Valdesalor, sobre unos rastrojos, dos hembras de avutarda se veían a lo lejos, y más allá de Sierra de Fuentes caía una intensa lluvia, de tormenta de verano, que levantaba un polvo que llegaba hasta la carretera.

Sólo espero que vengan cuanto antes las lluvias, que rieguen los campos y se llenen, otra vez, de agua y de vida.

Pilar López

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