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Esta es la luz fría, luz sin calor de una luciérnaga, anoche, sobre el escalón de piedra de la entrada.

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Esta es la luz fría, luz sin calor de una luciérnaga, anoche, sobre el escalón de piedra de la entrada.

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Esta es la luz fría, luz sin calor de una luciérnaga, anoche, sobre el escalón de piedra de la entrada.

La hembra de la luciérnaga Lampyris noctiluca, que ya solo con su nombre ilumina, trepa también a lo más alto de las yerbas, arrastrando sus alas rudimentarias.

Los machos de esta especie brillan mucho menos que las hembras, pero tienen más unidades visuales en los ojos, no se pierden ni un brillo, y además son voladores.

A veces, cruzan delante del parabrisas y dejan en el aire un destello frío, esa su luz de luciérnaga que se vuelve cérea con el día, como si la luz del sol la apagara.

Resulta curioso que incluso los huevos que pone la hembra después de la cópula desprendan también luz a través de la cáscara, como si antes de nacer las luciérnagas guardaran ya algún mensaje dentro, de esos que sólo entienden ellas.

A esta luciérnaga de la fotografía, cuya luz, con mi pulso durante la exposición, temblaba, la guardé bajo una taza, para fotografiarla con luz natural pero esta mañana (no sé cómo se ha ido) ya no estaba.

Feliz día,

Mónica Fernández-Aceytuno

P.S.

La aportación de los científicos:

EL CANGREJO VIOLINISTA, POR ALBERTO M.ARIAS

Y la aportación de los USUARIOS:

LA SIESTA, POR RAMÓN MARTÍNEZ

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