Goethe

Hay libros que me encantaría tener, aunque no entendiera una palabra, como la “Teoría de los colores” de Goethe.

Se está yendo la luz mientras escribo, en una tarde en la que los verdes, contra el gris azul oscuro de las nubes, son más claros; al fondo un maizal seco que aún no se ha segado, ni llevado sus mazorcas, envueltas en unas hojas muy pálidas, de pergamino, como para escribir sobre ellas que no entendemos nada de los colores de la Naturaleza.

Goethe sostenía que, más que hacer ecuaciones matemáticas, había que observar los colores para obtener el conocimiento, pero por mucho que miro, no ya por la ventana, sino las imágenes que el submarinista Rafa Herrero acaba de enviarme sobre las morenas con las que en algún momento ha buceado, no entiendo nada, tanto colorido, incluso fosforescente, en animales que parecen serpientes marinas, escondido casi todo su cuerpo en la gruta de alguna de cueva, asomando unos ojos muy azules que parecen clavados como los de una muñeca, lo cual les otorga una mirada muy fría y a la vez muy intensa, anticipando los ojos lo que puede pinchar la boca que mantienen casi siempre abierta, no ya para morder, sino para bombear el agua entre unos dientes que en la morena picopato, también llamada bogavante, son transparentes, agudos y cristalinos como los carámbanos del hielo.

Tanto colorido y diseño, para causar pavor.

O no.

Al observarlas así, en la distancia de mi ordenador, no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué? ¿para quién tanto colorido? Es asombrosa la variedad de especies de morenas que puede haber en nuestras aguas, algunas con dibujos de salamandra, amarillas y negras, otras más lisas, pero canelas y estriadas, o negras, con la boca blanca, al igual que los ojos, y con fosforescencias malvas.

Ninguna deja indiferente a esa primera impresión del color, que ahora se me antoja un lenguaje que no entendemos, y que estos animales, como tantos otros, podrían, si entendiéramos su idioma, explicarnos.

Hay todo un relato que se nos escapa porque aún no hemos acertado a leer qué quieren decir los colores, algunos ni siquiera los vemos ya que no hemos desarrollado la capacidad para apreciarlos como si la Naturaleza no se hubiera molestado siquiera en dotarnos de esa cualidad, aunque en nuestra arrogancia vivamos convencidos de que no hay color en el mundo que se nos escape cuando en realidad nada entendemos de este código morse coloreado que se desenvuelve a nuestro alrededor, o de los que se sumergen y vuelven del fondo del océano con imágenes de un mundo que parece otro.

De la belleza, de lo único que tengo la certeza, es que no se hizo para nosotros.

Como con la obra de arte, nadie sabe aún para quién existe tal despliegue de colorido en las especies, incluso donde no llega la luz, y ni siquiera puede caer la noche como sobre mis manos mientras escriben.

Un colorido que yace en las profundidades de nuestro conocimiento, para tantas cosas, aún en blanco.

Mónica Fernández-Aceytuno

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