EL PASO DE LAS FLORE

EL PASO DE LAS FLORES

Mirar la vida es una manía pa-

recida a la de mirar el reloj a

cada rato, uno de esos gestos

que no siempre son útiles pero que se

hacen con la fe del que aún no está

convencido de que ya le ha sucedido

lo más importante.

y lo más curioso es que esa fuerza

de la vida se percibe de forma casi

más clará en la ciudad que en el cam-

po, porque es en los trazados cuadri-

culados donde la naturaleza parece

llevar más la contraria con su libre

albedrío a todo aquel lugar donde se

trata de ordenar la vida: en todas las

ventanas que el asfalto abre a la tie-

rra florecen los jaramagos amarillos,

esas plantas de flores pálidas que en

estos días comienzan a cercar las ca-

rreteras y a lanzar por todas partes

sus semillas diminutas.

y donde llega una semilla de jara-

mago, vence. Hasta en el Jardín Botá-

nico de Madrid florece como uno de

esos invitados que se cuela siempre

por la cara. Viven jaramagos en casi

toda España y con el mismo carácter

ruderal, es decir: allí donde hay rui-

nas, cascotes amontonados, tapias, o

tejados viejos, crecen los jaramagos y

reciben nombres vernáculos precio-

sos como el de hierba de los cantores,

o jaramago amarillo de los tejados; y

hay un jaramago blanco que florece

en los olivares, y entre las viñas, in-

cluso en las laderas pedregosas de las

sierras andaluzas.

Casi todas estas plantas podrían

servir de adorno y de alimento pero

se les hace poco caso, es más: se las

tacha de molestas porque son tan ar-

vensescomo las amapolas: se mezclan

con los trigos, y se arriman a las ori-

llas del césped, y a cualquier tipo de

vegatación sostenida por el hombre,

donde le puedan echar un pulso de se-

millas.

En cuanto se oye el rumor lejano

de la primavera ya están los jarama-

gas floreciendo al lado de un palacete

antiguo, o bordeando las construccio-

nes que se apiñan en las cañadas reales; pero donde van a ganar en los

próximos días su más gloriosa batalla

es en el nuevo aeropuerto de Barajas,

en Madrid.

La nueva y kilométrica terminal, a

fuerza de paredes de cristal y de

acero, ha conseguido ya, sin querer,

que ni siquiera el avión común, ese

pariente de la golondrina, se encuen-

tre a gusto. Todavía no he podido ver

ningún nido de barro como los que

sobreviven en la terminal vieja, pe-

gados al techo, desde donde se aso-

man unos pollos cuya primera visión

del mundo es la de la parada del au-

tobús amarillo que enlaza el aero-

puerto con la Plaza de Colón. Al poco

tiempo, emprenden su primer vuelo

hacia África.

No. No hay nidos de barro sobre el

acero, primero tienen que dar la cam-

panada los jaramagos. Desde el aire,

poco antes de aterrizar, se ven las

manchas amarillas rodeando la pista

de aterrizaje y, ya en el suelo, al avan-

zar sobre las pistas de rodadura, se

distinguen sus flores, sus hojas, y sus

frutos en silicua como el de los alga-

rrobos.

Sin embargo, por el carácter anual

y bianual de estas plantas, habrá

que esperar al menos un par de años

para que los jaramagos conquisten la

tierra que- rodea la tercera pista.

Mientras tanto, millones de pasaje-

ros, antes de pisar el plástico de la pa-

sarela telescópica, habrán mirado el

reloj, y no el paso de las flores.

Mónica Fernández-Aceytuno

Blanco y Negro, 28-2-1999

Fondo de Artículos

de la Naturaleza de

www.aceytuno.com

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