OSO

EL OSO Y EL HOMBRE

El oso pardo ha venido a demostrar que el hombre es importante en su vida.

Lo que acaban de descubrir Roberto Hartasánchez y su equipo, o más bien, lo que acaban de corroborar los osos pardos cantábricos para nosotros, es que nos necesitan, lo cual da la vuelta al discurso de que el hombre es enemigo de la Naturaleza. La figura humana en el campo, la montaña, el paisaje, puede llegar a ser, como en los cuadros impresionistas, la pincelada que convierta el cuadro en obra de arte.

Se trata de un curioso fenómeno de calidad ecológica del territorio, por el que el oso sigue como los gorriones al hombre, y según se va despoblando la montaña, aunque se planten bosques en teoría perfectos para él, al oso le resultan poco interesantes, y prefiere desplazarse hacia los valles donde hay actividad humana, como demuestran las huellas que aparecen en el barro fresco de los caminos. No quiere estar solo el oso.

Nuestros osos no son como los de Alaska, que hibernan profundamente igual que las mariposas en el techo de las cuevas de Vitoria, o como los murciélagos que hibernan de la misma manera, como si las imitaran, también colgados del techo por las patas. Porque nuestros osos invernan, que es distinto de la hibernación, pues la invernada consiste más bien en un sopor, en un sueño muy ligero, que se interrumpe en los días soleados del invierno.

Se estima que unos treinta oseznos, de trescientos gramos de peso, acaban de nacer en las oseras del núcleo occidental de Asturias. Saldrán en primavera, a rondar los pueblos donde vive el hombre, esa especie por la que muchos animales tienen querencia.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, Viernes 16-2-2007

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