EL ETERNO ANHELO

EL ETERNO ANHELO

Miro las cunetas. Están llenas de flores. En Cáceres ha florecido el gordolobo, la hierba luminaria del Medievo con cuyo escapo floral se caldeaban los hornos de las panaderías, o se untaban con aceite, o con pez, y servían de mecha para los candiles.

Hay más flores que en abril, por la lluvia, y en los bordes salen ahora campánulas azules, y gatuñas de tan poderosa raigambre que de ella se dijo que no hay planta que haga renegar más a los labradores porque sus raíces, profundas y recias, detienen los arados: detienebuey, quiebraarado, se llamó a esta planta que hoy florece en los caminos.

En Sevilla hay amapolas y correhuelas blancas trepando sobre otras flores que ya se agostan, como en Membrilla, en Ciudad Real, donde sólo queda ya verdor en los entrepanes.

Y aquí, una milenrama, la hierba sagrada de los celtas, ha florecido separada de otras milenramas por el pasar de un hombre con paraguas, por un coche, por la luz de la tarde, por un carro de yerba; todas crecen al lado de nébedas, y de senecios de vilanos canosos; pero en una y en otras vive el mismo anhelo que veo en todas las cunetas, en toda flor que se deshace en semillas: cruzar la carretera, alcanzar el otro lado del camino.

****

Siguiente Post:
Post anterior:
Este artículo lo ha escrito