DELFINES SIN NOMBRE

DELFINES SIN NOMBRE

El último día de 1994 nació en el Zoo de Madrid un delfín mular al que se puso un nombre –Iris- con el que nunca le llamará su madre. Si pudiera, saltaría desde la Casa de Campo hasta su casa: el mar.

Se quedaría cerca de la costa, como les gusta a los delfines mulares que nadan ahora en grupos; hembras con crías por un lado, machos por otro. En busca de los peces del invierno.

Algunos entraron esta semana en el delta del Ebro, por las grandes mareas después de luna nueva. Allí, gracias al melón que tienen encima del hocico, han descargado los ultrasonidos con los que aturdieron a los cardúmenes de peces, antes de lanzarse sobre ellos.

La misma técnica emplearon los delfines comunes de alta mar al ayudar a los pescadores de arrastre. Persiguen sus artes como hechizados para, después, sumergirse en la “cacería”. Los peces, acorralados, se enredan en el copo; a veces, algún delfín también. Es entonces cuando, a bordo, se escucha el lamento del delfín que sobrecoge el corazón humano. Dicen que llegan a llorar como niños…como niños a los que, por fortuna, nadie les puso un nombre.

Mónica Fernández-Aceytuno

Cambio 16, enero 1994

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