CHAGALL

MARAVILLOSO CHAGALL

El arte es un alimento que da más hambre.

Chagall, además, no pinta lo que ve sino lo que sueña y entonces quieres soñar más, como cuando Chagall era niño y llevaba, por su Vitebsk ruso natal, pan con mantequilla a todas partes y quería estar siempre comiendo, bostezando, soñando, nadando en el río.

“Lo primero que vieron mis ojos fue un abrevadero”, nos dice en su autobiografía, escrita como si pintara, de una manera también deslumbrante: “Estoy solo en el río. Me baño. Apenas remuevo las aguas.

Alrededor reposa la ciudad. El cielo lechoso, negro azulado, todavía es más azul a la izquierda y en lo más alto resplandece la felicidad del cielo.”

Por un momento, en la obra “Maternidad”, me recuerda a Frida Kahlo, porque hay en sus cuadros no solo imaginaciones sino colores mexicanos, aunque luego nos devuelve a Rusia y a la vista por las ventanas, que son todas maravillosas, como una que hay con un paño blanco, a modo de visillo, y dos caras de perfil mirando como si estuvieran soñando con los ojos muy abiertos, viendo más allá de los abedules de troncos refulgentes, entre un verdor donde parecen asomar por el cielo las hojas compuestas de las acacias.

Ese mismo verde, vivísimo e inocente, está en muchos cuadros, como el del poeta soñando, tumbado sobre la misma hierba, mientras pastan los animales con una calma que es la del poeta trabajando mientras parece que no hace nada.

Hay que ver las dos exposiciones. Primero la del Thyssen, donde nada más entrar lees: “El camino de la poesía”, y entonces ya sabes que no saldrás igual. Después hay que volver a la gris realidad de la calle para subir por el Congreso hasta alcanzar la Puerta del Sol, donde preguntas por Arenal y por la Casa de las Alhajas en la que, al entrar, se te pone la carne de gallina al asistir a los fuegos del final, a esa explosión de la imaginación con los amarillos; azules de ultramar; rojos de gallo que parecen caballitos de niño o incendios de estufas aunque hubiera al lado cubos de agua; blancos puros, inmisericordes, de la guerra. Es imposible resumir todo esto porque la vida es una y los sueños (también en Chagall) un millón.

¿Me ha gustado? Me ha entusiasmado, hasta los cuadros que no están y que veo después en un libro, como el de la pareja dormida y feliz sobre un ramo de saúco florecido.

En las dos exposiciones dejo una bolsa y me entregan el mismo número: el 47, que recojo con unos guantes de piel que tienen el mismo amarillo de los girasoles rusos, el amarillo Chagall.

Murió en 1985. ¿Cómo es posible que se me muriera este artista sin saber yo hasta hoy que vivía?

Qué suerte saber pintar las palabras. Y la infancia.

Es un niño y es un hombre que debajo de una mesa, o enfermo, o encerrado en una cárcel se encuentra bien, si le dejan pintar.

Maravilloso Marc Chagall.

Mónica Fernández-Aceytuno

republica.com, 2012

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