f. Orilla, margen de un río.
cabacho.
m. Chotacabras o engañapastores (Caprimulgus spsp.). Ave críptica más bien grande cuya característica principal son sus grandes ojos, su pico muy pequeño y su boca enorme rodeada de vibrisas con las que toca por el aire los insectos nocturnos de los que se alimenta en vuelo sobrevolando los rebaños en ocasiones por lo que recibe el nombre de chotacabras, además de engañapastores por la eficacia de su plumaje mimético. Ave insectívora migradora de la familia Caprimulgidae está llena de curiosidades como la de su voz, que recuerda al croar de una rana, o la de su nido móvil, que cambia de lugar varias veces y que hace como un nómada sobre el suelo sin aportar materiales, además de su capacidad para mimetizarse por el día sobre la rama donde se posa longitudinalmente, al igual que suele hacer al calor de los caminos por la noche.
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El engañapastores es el ave más curiosa que he visto.
En realidad, no la sueles ver, y menos aún por el día, porque se confunde con un leño caído, o con la tierra y los cereales, de lo quieta que se queda, con los ojos cerrados, cuando sale el sol en verano.
Desde hace varias noches, vengo oyéndola sin saberlo. Quiero decir que venía del monte de al lado un sonido que parecía el de una rana en una charca, un ruido que resonaba como si hubiera alrededor agua y sin embargo no la hay por aquí cerca. Pensé durante varias noches que alguien habría llenado tal vez una de esas bañeras viejas que dejan en el campo para que beban las vacas y hubieran ido allí a criar las ranas cuando ayer por la mañana, encontré un ala de un engañapastores atropellado en la carretera.
Aún siendo tan mimético su plumaje, resulta inconfundible, por el barreado de las alas, hecho como de trozos de luz y de oscuridad al mismo tiempo. Me dio pena encontrármela porque es un ave que solo he visto una noche, al pasar por un camino de helechales, donde de vez en cuando cruza un corzo o un zorro, y en una ocasión, uno de estos engañapastores.
También se les conoce por chotacabras porque se creía que mamaban la leche de las cabras y las ovejas al sobrevolar de noche los rediles, cuando en realidad lo hacen atraídos por los insectos que acompañan siempre en el aire a los rebaños. Porque el engañapastores, como los vencejos, come en el aire. No hace ruido cuando pasa, con el pico corto y la boca ancha, para cazar en vuelo mariposas nocturnas y escarabajos voladores. Lo que más me llama a mí la atención es la manera en la que dibuja unas aspas con las alas y la cola, cuando te sale de pronto al paso a la luz de los faros, que a veces dicen que rompen con el golpe.
La noche después de encontrar el ala en la carretera, empecé a atar cabos, y entonces volvió el sonido que parecía una rana y al fin caí en la cuenta de que ese ruido tan extraño era el de otro engañapastores. Suena en la noche aún más antiguo que el silbido del sapo, que es el primer sonido vivo que hubo en el mundo. No parece que lo emita un ave, sino un animal perdido en la oscuridad de los tiempos.
Vienen de África sobrevolando el Sáhara cada primavera y se van en septiembre. Nunca hasta hoy los había tenido tan cerca, los engañapastores, cuyo nombre salvó Miguel Delibes del olvido para el Diccionario de la Real Academia Española.
Esa ala que me encontré en la carretera, me recordó con menos colores a la de la carraca que dibujó Durero. También este artista pintó a la liebre de la que escribiré otro día para el maestro y compañero de columna en esta República de las Ideas, José Javaloyes.
Lo que sé es porque lo he preguntado, o porque me lo han contado. O porque después de muchos años en el mismo lugar, caigo en la cuenta de algo que no sabía.
También a mí me han engañado durante años los engañapastores.
Mónica Fernández-Aceytuno
republica.com, abril 2010