El ojo izquierdo del lenguado empieza a desplazarse por la…
Buenos días
¡Qué negra
es la tierra
hasta que amanece!
Buenos días,
Mónica
FOTO: @aceytunos en Instagram
Y un artículo recién recolectado para este día:
EL BOTÁNICO
Entré en el Real Jardín Botánico por la cuesta de Moyano donde ya estaban poniendo, como hojas caídas, los primeros libros.
Era pronto por lo que me dediqué a sacar fotos a unos olivos que llevan nombres según la aceituna que tienen, arbequina, picual, y que ya están en envero, que es cuando pintan los frutos, ya sea la uva o la aceituna, porque hay dos fases en la vida de los frutos: la agraz o ácida, y el envero, que es cuando ya no crecen y la uva verde se vuelve amarilla, o más oscura la negra; y en el caso de la aceituna se va coloreando al enverar con tonos que recuerdan al de la berenjena.
No tenían muchas aceitunas estos olivos pero sí traen a la ciudad el recuerdo de los campos donde pronto empezarán a varearlos, o a vibrarlos para que caigan las aceitunas con el ramón y el hojín donde hozan los jabalíes, si llueve, para buscar lombrices.
Yo esto no lo he visto, a los trabajadores yendo de madrugada con las varas al hombro a esos montes plateados, azules, de olivares, pero lo he imaginado y no me quiero perder este año la recolección de la aceituna en Jaén, aunque sólo sea para ver a las bandadas de zorzales al amanecer acudiendo a forrajearlos, que se diría que tienen estos pájaros el pecho moteado de tanto mancharse de aceite comiendo aceitunas.
Todo esto lo imagino en el centro de Madrid, estando en el Botánico. Aquí cada planta es como un libro, con su título escrito en un letrero que nos indica cómo se llama cada una, y entonces, a partir de ahí, empezamos a imaginar el paisaje que le falta y te puedes estar horas observando los frutos, las hojas, el tronco, o cómo se mueven las ramas con el viento.
En el Botánico todos, hasta el guarda de seguridad, conocen los nombres de las plantas, y se diría que cada una de ellas está diciendo cómo se llama de tanto tener a sus pies el letrero. Ahora se pueden ver muchos frutos rojos o de colores ocres como las azofaifas que parecen manzanas asadas en miniatura, o los frutos del almez, como huesos de cerezas pero marrones y amarillos cayendo lánguidos como las hojas, o las legumbres del Cercis siliquastrum, árbol del amor, que salen del mismo tronco, como sus flores violetas, porque todavía hay flores en el Botánico, flores de esta primavera cansada que es el principio del otoño. La luz, que lo es todo, se posa en las ramas del arce campestre haciéndonos ver detalles que jamás habíamos observado en el campo.
Esta mañana además, gracias a Esther García Guillén, vicedirectora de Cultura Científica, he podido ver el herbario de José Celestino Mutis, por lo que se me empañaron los ojos de emoción cuando tuve delante una hoja del árbol de la quina perteneciente a la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, realizada entre 1783 y 1808, una gran hoja de más de doscientos años que se conserva como si se hubiera herborizado hace unos días. Todavía hoy se trabaja en ella porque las plantas pueden no morir del todo.
La vida transcurre de otra manera por el Real Jardín Botánico, ese lugar que nos hace ver Madrid con ojos de naturalista.
Mónica Fernández-Aceytuno
republica.com
6-10-2014