m. Véase paúl.
aza.
f. Denominación que recibe en euskera la col Brassica oleracea, L. El término col proviene del griego caulon que quiere decir tallo, y que deriva con toda probabilidad del consumo de sus hojas dejando en el tallo a la planta que termina por arrancarse para dejar paso a las nuevas. Ha sido utilizada como alimento y medicina desde el primer milenio antes de Cristo. Se trata de una planta glabra y perenne de raíz axonomorfa, esa raíz típica con una raíz más gruesa de la que parten raíces secundarias más finas. El tallo puede alcanzar los 3 metros y oscila entre los 90 y 200 centímetros de altura, semileñoso y con cicatrices que dejan las grandes hojas al arrancarse para usarlas no solo como forraje o alimento humano, sino también por su gran resistencia para colocar de fondo en los cestos donde se vende la fruta. La inflorescencia es un alto racimo con 15 a 40 flores blancas o de un amarillo muy claro que atrae a las mariposas blancas de la col (Pieris brassicae) cuyas orugas se alimentan de sus hojas. Las semillas son pequeñas como la cabeza de un alfiler, esféricas y oscuras como puntos suspensivos de un diámetro de 1,5-2,3 mm (Flora Ibérica, página 366, Tomo IV). Está muy extendida por la Cornisa Cantábrica, desde el País Vasco donde la llaman aza, azantxu y azaxo, a Asturias y también Galicia donde recibe las denominaciones de berza, coia y col, además de repollo. Puede volverse cimarrona fuera de las huertas dando lugar a variedades silvestres.
Se vienen a juntar en la esquina de Balbina, bajo los soportales, esas corrientes que andan invisibles tras las personas y que a la frutera le revolvían el pelo corto y moreno hasta taparle el flequillo los ojos, lo que le daba un aire aniñado. Como los escritores con los libros, guardo su imagen como la de una niña con las frutas al fondo sobre hojas de col en cestos de varas de castaño; frutas de todos los colores porque la fruta es el dispendio de la Naturaleza para quedarse en la Tierra más tiempo. Atendía y te hacía la cuenta a toda velocidad, y aún así solía tener una cola como la del zorro tras las cerezas, o como la del mirlo tras forrajear las uvas para sembrar parras lambruscas. Pregunté por ella y una chica me dijo que ya no estaba. Solía levantar la vista al reloj del campanario. Nunca le dije cuánto apreciaba su trabajo. ¡Es tan gris el fruto de las letras! (A Fina)