Lo extraordinario no es ir sino poder escribirlo. Hoy sábado,…
Cartas del Congo (8)
La imagen de esta ave que fotografió Paco y que parece una garceta grande (Ardea alba) me ayuda para empezar la carta más triste de todas hasta el momento.
Cuando me preguntan a qué me dedico suelo decir que soy escritora para la Naturaleza porque me siento su empleada, pero tan sólo para escribir y describir su belleza.
Sin embargo hay veces que no puedes dejar de contar lo que has visto porque te ha dolido tanto que sólo escribiéndolo eres capaz de quitarte esa pena.
“Todas las penas pueden soportarse si se meten en una historia o se cuenta una historia acerca de ellas” escribió Isak Dinesen, la baronesa Karen Blixen, autora de “Memorias de África”.
No puedo culpar a nadie, porque somos todos los que estamos viviendo de esta forma, de espaldas a una realidad terrible que es la del destrozo de la Naturaleza que nos sostiene.
Cuando ese destrozo se produce sobre la Naturaleza salvaje el dolor es infinito.
No sé cómo podemos hacer para que estas cosas no sucedan pero creo que tenemos que empezar a vivir de otra manera. Consumir, gastar, desplazarnos, con plena conciencia de lo que hacemos, y del impacto que todo ello tiene en la belleza que intento contar, a pesar de todo.
¿No dicen que el amor mueve montañas?
El amor a la Naturaleza.
¿Y hay algo más revolucionario que tratar de expresar su belleza?
Siento no haberlo hecho en esta carta.
Un fuerte abrazo para todos,
Mónica
Cartas del Congo (8)
Queridos lectores: Comimos en una cabaña abierta de lentos ventiladores. Al fondo palmeras washingtonias y el océano africano. Excepto unas camareras congoleñas con peluca, sólo hay blancos. Hombres solos, varados. El nombre de su petrolera en la espalda. “¿No le gusta mi bar?” pregunta sofocado un señor de ojos azules. “Si, sí, me gusta mucho ¿qué pescado del día me recomienda?” Sudando, todos nos miran yendo a la playa donde hay cangrejos albinos saliendo de unos agujeros como los que deja una sombrilla. Por el horizonte, plataformas petrolíferas. Semillas de mangle en la arena. Voy a bañarme…el mar es disolvente amarillo. Crueldad total. Amputación del futuro. Bajo un sol abrasador caminamos hacia el infinito por una playa de postal y las olas aceitosas no acababan. Regresamos. Nos esperaba una cerveza caliente Ngok´ y el pescado del día. Nunca una noche fue tan constelada.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 27-2-2016
Me gustaría precisar, que aunque las palmeras eran de la misma familia Arecaceae que las palmeras washingtonias, ahora pienso que podría tratarse de las palmeras de la misma familia pero de la especie Elaeis guineensis de cuyos frutos se obtiene el aceite de palma que vendían en unos bidones, como de gasolina, en esos innumerables puestos, llenos de gracia, que hay en el Congo por los caminos.
Otro abrazo,
Mónica
Hola Mónica….
Que placer leerte y que generosa por hacerme un hueco en tus palabras…
Muchas gracias es todo un orgullo para mi…
Mil gracias a ti, Paco. Un fuerte abrazo también de parte de mi marido. Hasta pronto.