Pessoa

En Oporto el tiempo se hizo para ser perdido con las personas.
Es la única ciudad donde he visto un robledal en el centro, y los azulejos puestos con esa calma del que sabe que la vida es un mosaico donde, con paciencia, al final, todo encaja.
Yo me haría un edredón con esos azulejos que tapizan las paredes de las iglesias, la piedra junto al azul y el blanco que representa el juicio final y el cielo. Y me llevaría, para poner en los caminos que piso, los adoquines de sus aceras, hechas con primor por el maestro en la colocación de los paralelepípedos de piedra. Ya solo por la manera en la que suena este oficio en portugués, que es un idioma que tiene caja de resonancia, llamaría para que pusieran uno de estos caminos en mi casa.
Yo no creo que haya gente más dispuesta a darte su tiempo por nada, que la que te vas encontrando en Oporto, ya sea en la tienda donde huele a café porque lo muelen a cada rato, ya en el taxi que te lleva al centro por la costa y ves las redes y el colegio inglés donde los niños miraban en clase por la ventana el sol, el mar y la arena. Todas las luces de Oporto flotan de noche en esta agua marina, y después en el Duero, y son los monumentos mejor iluminados los que parecen sumergidos.
Estuvimos, claro, en la librería Lello, la cual es la más hermosa que he visto en mi vida, y que sin embargo me pareció desalmada porque el soporte es solo el cuerpo; el alma, la letra escrita. Y a esta librería le faltan letras y libros. Quedaba alguno traducido al inglés de Pessoa donde descubrí en un poema que «horror» se dice igual al menos en tres idiomas.
Oporto es una tasca de grandes cristales enmarcados con madera pintada de granate y la baldosa hidráulica en el suelo, y dos señoras de pelo blanco hablando entre ellas, y el mundo afuera.
En Oporto el tiempo no corre, pasea.

Mónica Fernández-Aceytuno

“Paso y me quedo, como el Universo”.

En mi caso me quedo, una vez más, a las puertas, por esta manía mía de querer ver todo en lunes, que es cuando cierran.

Y aún así no quiero dejar de escribir de Pessoa, a propósito de la exposición recién inaugurada, inédita para mí, titulada “Fernando Pessoa en España”, en la Biblioteca Nacional España, desde donde escribo ahora mismo sobre uno de los pupitres planos, el 155, en el que ya se ha encendido la luz pequeña, intermitente y roja que te avisa de que ya tienen el libro que has pedido, que me recuerda al florecer del avellano, toda flor es una luz, con su diminuta flor roja, algo siempre inesperado que estabas esperando.

Cerrada por hoy la exposición, abro el libro, “Cuadrivio”, cuyo autor es Octavio Paz, antólogo de Fernando Pessoa, contándonos cómo y cuándo nació uno de los heterónimos de Pessoa, mi preferido, que es Alberto Caeiro, “El guardador de rebaños”, el hombre, a decir de Paz, “reconciliado con la naturaleza”:

“Ojalá mi vida sea siempre esto: /el día lleno de sol, o suave de lluvia, /o tempestuoso como si se acabase el Mundo”.

Se podría pensar que Pessoa escribió estos versos sentado frente a una ventana, viendo llover y salir el sol al mismo tiempo, en un día indeciso de primavera, pero la realidad es que estos versos están escritos de pie, y seguidos, como si el tiempo no existiera, escribiendo al ritmo de esos otros segundos que son las letras cayendo como en un reloj de arena que no se detiene hasta que ha caído la última palabra que tenía que decirse, que es cuando el tiempo se acaba.

El nacimiento de Alberto Caeiro lo relata Octavio Paz transcribiendo un fragmento de una carta de Fernando Pessoa dirigida a Casais Monteiro:

“Un día, cuando finalmente había desistido – fue el 8 de marzo de 1914 – me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una suerte de éxtasis cuya naturaleza no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca tendré otro así. Empecé con un título, El guardián de rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que inmediatamente llamé Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí apareció mi maestro.”

¡Y qué maestro! Hay verdades a las que llega antes la poesía que la ciencia, algunas entre estos poemas escritos de pie sobre lo alto de una cómoda. Precisamente por no querer saber ni pretender llegar a ninguna parte, llega:

“No sé qué es la naturaleza: la canto”

Y mi preferida: “La Naturaleza de ayer no es Naturaleza”, que Pessoa unas veces escribe con minúscula y otras con mayúscula como si estuviera hablando de cosas distintas.

“Sentir a la vida correr por mí como un río por su cauce, /y ahí fuera un gran silencio, como el de un dios que /duerme”.

O el silencio de quien lee a Pessoa en una biblioteca, mientras se nubla su cristalera.

Un silencio que pesa y que vuela.

Mónica Fernández-Aceytuno

16 enero, 2012 Mónica Fernández-Aceytuno Hemoreteca, Luces
POEMA PARED
POEMA ESCRITO EN UNA PARED PORTUGUESA

Ésta es la pequeña historia de un poema escrito en una pared portuguesa, uno de esos poemas que te ponen del revés el alma como si el alma fuera un jersey mal puesto.

Los versos no estaban a la intemperie, no, sobre una de las fachadas de Lisboa, por otro lado verdaderos poemas de grietas y colores melancólicos, con huecos para los nidos de hojas de los vencejos y tierra para las flores ruderales; paredes con desconchones de caracola olvidada; paredes vividas, decadentes, del hermoso corazón de las ciudades viejas. Estaba el poema, sí, escrito en el centro de Lisboa, pero en el interior de un café, sobre la pared que hay, ¿o había?, encima de su puerta de entrada y que se podía leer si mirabas hacia la calle, arriba y un poco a la derecha, desde una barra de antiguas maderas. El local, me parece imposible poder describirlo ahora, pero el poema, sus versos, no los olvidaré nunca; quiero decir: que no me acuerdo de nada; no podría precisar si trataban del girasol o de Neptuno, del viento que no cesa, de la mirada de los ojos; y, sin embargo, reconocería estos versos portugueses dentro de un millón de poemas, como esas caras que se ven una vez en la vida y no eres capaz de reconstruirlas con la memoria, pero que, de volver a tenerlas de frente un solo instante, distinguirías sin dudar entre todos los rostros del mundo.

De haberme encontrado sola en aquel café, y de haber estado en Oporto en vez de en Lisboa, hubiera podido detenerme a mirar si se trataba de un poema de Ricardo Reis, uno de los heterónimos de Pessoa, el poeta de la Naturaleza; pero estaba inmersa en un viaje de trabajo y un compañero de mi marido me hablaba y me hablaba mientras yo quería leer y releer el poema situado, con respecto a la cabeza de mi interlocutor, locutor a solas, solista, a unos cinco metros de profundidad, y a tres de altura.

Nada tenían que ver estos versos con esos azulejos de los bares españoles tan al alcance de la vista sobre la mujer o el toro o la comida y que se leen en un segundo. No. Este poema exigía un detenimiento que casi me lleva a hacerle un feo al que me contaba no sé qué cosas; menos mal que mi marido, que había detectado ya el vuelo de las primeras nubes en mi cabeza, me cogió muy despacio del brazo en ese habitual gesto suyo, consciente e inconsciente, de agarrarme a la tierra, o de hacer masa, como si temiera que mis pensamientos pudieran llegar a electrocutarme.

Desperté al mundo sin letras cuando oí decir a alguien que había que irse y, entonces, guardé a toda prisa un sobre vacío de azúcar en la cartera como el que agarra el cordel de una cometa. Hace unos días lo encontré por casualidad y, al desdoblar el sobre, se le quedaron unas marcas como las de un mantel de hilo que se usa cada muchos años, mientras caían al escritorio unos cuantos granos de azúcar. Tiene dibujado un señor de hace dos siglos tomando una taza de café, y pone: A Brasileira do Chiado. O melhor café é o d´A Brasileira. Av. Duque de Loulé, 51 LISBOA.

Si alguien se acerca por allí estos días, ¿podría hacerme el favor de volver a leer por mí ese poema?

NOTA DE LA AUTORA:

Unos lectores y mi hermano Juan, tuvieron la amabilidad de copiarlo del Café “A Brasileira”. Chiado. Lisboa.

Y lo escribo tal y como, con una postal del café, me lo envió mi hermano:

AS ALMAS QUE SE ESCONDEM NO LUGAR

ISTO É REAL: OS ROSTROS ONDULANTES

UMA EXTENSAO DE MISTERIO: A LUZ A COR

OS SINAIS DA TERNURA LATEJANDO

NO INTERIOR DAS COSAS, SEM CORAGEM

ISTO É REAL: E ESCORRE PERLAS RUAS

COMO A NEVOA NO FIN DO HORIZONTE

NAS CURVAS DO ARCO IRIS, NOS MARES

NO SUR DE MULHER ADORMECIDA

ISTO É REAL: E GRITA, E CONTINUA

TRANSFIGURA SEGREDOS, PERMANECE

ESTREMECE AS PRESENÇAS, AS AUSENCIAS

ABRE PUERTAS AO DIA, FECHA A NOITE

NO CONCAVO DAS MAOS, CRIA PUREZA.

“Oleos e un poema” Antonio Palais (?)

Mónica Fernández-Aceytuno

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