OJOS DE MAR

LOS OJOS DEL MAR

El mar es un sueño cuya realidad

termina siempre en la playa o

en el mercado del puerto, al la-

do de unas señoras de mandil blanco

a las que se les va por la boca el nom-

bre de los peces.

Es sólo en la arena de la playa, o so-

bre la madera cubierta de hielo, lau-

reles y helechos, donde me creo del

todo lo que leí en los libros. Allí resul-

ta fácil reconocer que los ojos de los

peces planos se mueven por la cabeza,

o que la raya de espejos tiene unos

ojos azules de mentira dibujados en

su piel bordada de clavos.

y mientras oigo de lejos una voz

que me habla de kilos y de dinero, tra-

to de disimular la mirada con la que

quiero hacer real un sueño, y miro

los ojos falsos de la raya, y miro los

verdaderos que son negros; y veo las

aletas pectorales que parecen alas, y

la forma de cometa que tiene la raya

de espejos: nada como si volara en el

agua.

Pero en los mercados no encuentro

huevos de raya, hay que buscarlos en

la arena porque el mar los arrastra a

pesar de ser rectangulares y de estar

provistos en cada esquina de unos

zarcillos parecidos a los de la vid para

agarrarse a las algas. Esta cáscara ne-

gra recuerda a un monedero de calde-

rilla de señora, aunque hay quien lo

llama monedero de sirena; pero yo, a

las sirenas, me las imagino con un

bolso de estrellas rojas bordado de ca-

racolas y no con estas cápsulas vacías

y flexibles, tan negras como las alas

anteriores de un escarabajo molinero.

Aún así, a veces pienso que hay

quien me creería antes si hablara de

la existencia de las sirenas que de la

presencia de sus monederos en las

playas donde casi nadie parece verlos

y donde son muy pocos los que, al en-

contrarlos, se dan cuenta de que tie-

nen en sus manos la cáscara de un

huevo de raya. A veces tengo la sensa-

ción de que el mar se echará un día a

volar si seguimos buscando su reali-

dad sólo en los documentales, y no en

nuestra playa, o en nuestro plato, en

ese lenguado que tiene los ojos colo-

cados de tal forma en el cuerpo que

parece que está suplicando al cielo.

Al levantarlo del fondo miraba la

superficie del agua, aunque los

lenguados, como todos los peces pla-

nos, no tuvieron en el transcurso de

su vida siempre esa mirada, es más:

el cambio de punto de vista les hizo

cambiar el cuerpo entero, y su forma

de nadar por el mar, en fin, su nueva

visión del mundo les cambió toda la

vida: al principio son peces parecidos

en su forma a la sardina, y nadan por

el mar con un ojo a cada lado. Pero, al

poco tiempo, uno de los ojos parece

empeñado en encontrarse con el otro

ojo y empieza a desplazarse por el

cráneo del pez en un proceso conoci-

do científicamente como “migración

del ojo”. Hay especies diestras, y espe-

cies siniestras, es decir: a veces es el

ojo derecho el que pasea por la cabe-

za, y a veces es el izquierdo, hasta que

los dos ojos se sitúan en el mismo pla-

no. En ese momento el pez nada sobre

un flanco y termina tan desorientado

que cae al fondo, donde la cara ciega

se despigmenta y la oculada se engro-

sa y oscurece tanto como su vida de

arena.

Pero la migración del ojo parece tan

de mentira como los falsos ojos

azules de la raya de espejos. Tal vez

son sólo sueños de un mar que se des-

pierta en sus bordes: en la orilla de

una playa o en un puerto pesquero .

Mónica Fernández-Aceytuno

Blanco y Negro, 7-3-1999

Fondo de Artículos

de la Naturaleza de

www.aceytuno.com

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