Son las cinco de la madrugada y aún no ha amanecido.
No sé por qué me despierto tan temprano, cuando no tengo que madrugar. La panadería Gontran Cherrier no ha abierto. La veo desde aquí, sus persianas negras bajadas, las que dan a la calle Tourlaque, donde vivió Toulouse-Lautrec.
NATURALEZA. Entrega nº 3
Rue Lepic, Montmartre, París
Martes 4 de marzo de 2019
Me he vuelto a despertar temprano.
Creo que por el frío.
Ha regresado de nuevo aunque las yemas de los árboles se estén desplegando. El desborre, se llama a este momento de las ramas.
En casa, no hace ningún frío, excepto en nuestra habitación en la que el radiador no funciona. Prefiero que sea así, porque no sé dormir con calor. Tampoco en nuestra casa de Galicia podíamos dormir con la calefacción puesta, por mucho frío que hiciera afuera. La verdad, es que con el tiempo, me doy cuenta de que el frío me encanta. Ayer fui caminando hasta la poste, la oficina de correos de Montmartre, en la plaza de las Abbesses, y hacía un día desapacible, de lluvia y de viento. Me recordó al de los temporales gallegos, cuando cayeron las dos mimosas que tuvimos en la entrada de casa, y que hoy tendrían que estar floreciendo, si el viento no las hubiera empujado. No sé por qué, a mí estos días me encantan. Es como si me abrigaran. Sobre todo si llueve. Se escribe mucho mejor con la lluvia, al caer las letras y las gotas a un tiempo. ¿Qué es sino la escritura que un puro caer de las cosas que llevamos en la imaginación, el corazón y el pensamiento?
En la cola de correos, tan parecida a las oficinas españolas, donde las personas más peculiares hacemos cola, pensaba en la pena que me da que hayan pasado los días en los que nevó en enero, lo bonito que era estar en la habitación, en París, viendo nevar desde la cama.
@ Mónica Fernández-Aceytuno, 2019