majuela.

majuela.

f. Fruto rojo del espino.

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Me he acordado de Proust nada más saber que acaban de florecer los espinos blancos. Porque aunque del autor de ““A la busca del tiempo perdido” ”siempre se habla de la magdalena como si no hubiera otra cosa en su magnífico libro, pero lo que amaba y describió maravillosamente Proust fue la Naturaleza, y sobre todo la botánica, no sólo la que se da en el campo sino la que hay en los jardines, o mejor aún, por los caminos silvestres que había de una casa a la otra. Y en cada uno de estos paseos, va viéndolo todo, nada se escapa ni a su mirada ni a su letra, y así a los espinos blancos los quiere de tal manera ya desde niño que se abraza a ellos y se estropea su sombrero y su abrigo, con gran disgusto para su madre, al despedirse de los espinos. Y así se prometió que “cuando fuera mayor, no imitar la vida insensata del resto de los hombres, y al llegar los días de primavera, incluso en París, en lugar de hacer visitas y escuchar tonterías, salir al campo para ver los primeros espinos.” Ahora mismo están florecidos junto a los prados. A mí, todavía más que las flores en corimbo blancas, endulzando las espinas, me gustan las hojas pues recuerdan en pequeño, con los lóbulos menos pronunciados y divididos, a las hojas de los robles. De lejos, sólo se aprecia la mancha blanca del arbusto como caído en el campo, desordenado y a la vez perfecto, aunque los jinetes les tengan manía porque al pasar a caballo junto a ellos, sus espinas quedan justo a la altura de las piernas. Y aunque Proust escribe sólo “espino blanco”, su nombre también es espino albar, Crateagus monogyna, y el nombre de su fruto la “majuela”, que los hombres comían cuando aún vivían en las cavernas y quién sabe si cada primavera, se maravillaban como Proust con el espino blanco florecido. También dando un paseo advirtió Proust por vez primera, “”la sombra redonda que los manzanos hacen en la tierra soleada”.

Mónica Fernández-Aceytuno
Natural de ABC
Aceytuno.com

ESPINOS

He tardado veinte años en saber qué cierre quería. En Galicia, si te haces con una finca, por pequeña que sea, te inquieren: “¿Qué le vas a poner al cierre?” La pregunta me llenó de dudas por lo que no planté más que algún rosal, y saúco en las cuatro esquinas. El último día del año pasado lo vi claro: “Pondré espinos blancos”. Será un cierre literario: le gustaban también a Proust. Fui a por unas varas de unos espinos (Crataegus monogyna) que fotografié al fondo de un prado. No estaban. Fui al río de los caballos. Ni uno. Paré en un regato, donde se posó a pescar una garza. Tampoco. “¿Los habrán cortado?” Pregunté y le quedan dos a un vecino. En cuanto acabe de escribir, iré a pedirle unas estacas con ese círculo verde en el corte que da la planta entera al tocar tierra en un Universo donde todo da vueltas. Cerraré mi casa con espinos blancos de los que, por aquí, hubo tantos.

Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 3-1-2015
aceytuno.com

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