ilopéndora.

f. Oriolus oriolus. Oropéndola. Ave que parece hecha de oro en el macho adulto, la hembra y el joven más verdoso. Hace un nido péndulo en la horquilla de una rama. Da su nombre a Orihuela, que la lleva en su escudo por su presencia en los frutales de sus huertas. Resulta frecuente en las alamedas e hileras de árboles al borde de las carreteras, siempre que haya agua. Se alimenta sobre todo de las orugas que hay en el envés de las hojas, y al final del verano de los frutos cultivados, como los higos, que le encantan, por lo que también se la llama papafigo. Forrajea también los frutos silvestres como el saúco antes de regresar a sus cuarteles de invierno en África. Es un ave difícil de ver porque se confunde con los rayos del sol entre las ramas. Su carácter es muy territorial, enfrentándose a aves de mayor tamaño como el arrendajo, la urraca o el ratonero, para alejarlos del nido, donde realiza puestas de 3 o 4 huevos blanquecinos. Además de su plumaje, es muy característico su canto, del que deriva su nombre vernáculo de oriol.

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Los árboles no echan hojas sino manos para agarrar el viento.

Manos verdes de las que se alimentan unas orugas que después se metamorfosean en mariposas, no sin antes dejar los limbos en puro esqueleto de nervios y de peciolos, que son los huesos de la hoja. Menos mal que desde África tropical vienen las oropéndolas y por parejas, el macho amarillo y negro, la hembra verdosa, se ponen, nada más llegar, a comer orugas, haciendo en ésto competencia al cuco, que también viene de fuera a salvar a los árboles que no pueden moverse, ni sacudirse de encima, como hacen los caballos con las moscas, a estas orugas que los debilitan. Una de las primeras observaciones de oropéndolas la ha hecho este año Antonio Morcuende, el martes pasado, cuatro de mayo, en Jarandilla de la Vera, en Cáceres, donde observó a una pareja de oropéndolas quitándole a las hojas de un roble las orugas. A partir de hoy, empezaremos a escuchar el canto del macho, una suerte de silbido que a mi me recuerda mucho al del mirlo, pero que es más dulce y contenido, como si la oropéndola silbara hacia adentro.

Con su llegada, estamos más tranquilos, tendrá el viento donde agarrarse y el sol donde posarse en verano, para dar sombra.

Mónica Fernández-Aceytuno

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