CARBONERO

CARBONERO DEL CAMELIO

Planté los árboles muy juntos. No sé en qué estaría pensando. Qué cosa quería apresar yo de la tierra y del cielo, para hacer esta jaula con barrotes de tronco, con techo de hojas.

Lo primero que planté, a cierta distancia de la puerta de la cocina, fue un camelio, sin pensar que crecería, y ahora, a fuerza de regarlo con el agua que sobra de fregar la casa, ha crecido tanto, da cada año tantas flores, que cualquier día no habrá manera de salir por la puerta. Me ha quitado la vista de los hórreos, y no veo quien llega, ni quien se marcha, solo veo flores rosas, hojas lustrosas y verdes, ramas ennegrecidas por una suerte de hongo, y el otro día, mientras metía los platos en el lavaplatos, un carbonero palustre. Salí, y allí estaba, frente a mis ojos. No había visto a este pájaro por aquí nunca, y al momento, en otra rama, otro carbonero llamándole con esa insistencia que solo tiene en la voz una madre, y otro silencioso que debía de ser el padre. Menos el pollo, salieron todos volando. Destacaba el carbonero entre las camelias rosas, con su plumaje de un gris muy claro y sus alas redondeadas como las de una concha, y un capirote negro que le daba un aire de disfraz infantil a este diminuto pajarillo de lo más inocente. Tanto, que empecé a acercarme, y ni se movió. El pollo no me veía, le iba yo por detrás con mi mano, dispuesta a atraparlo. La madre se desesperaba, volaba haciendo quiebros, emitía su más fuerte reclamo. Y el pollo, lo más que hacía era picotear la rama, buscando sus primeros insectos.

Cuando ya estaba a punto de atraparlo, al notar el calor entre su cuerpo y mi mano, torpemente salió volando. Me quedé preguntándome para qué quería yo un carbonero, y me di cuenta de que me creía con un cierto derecho sobre él, porque fui yo quien plantó estos árboles, quien hizo barrotes de troncos, techos de hojas, para que vinieran y no se fueran de aquí los pájaros. Hice una jaula en vez de un bosque.

Y cómo no iba a querer tener por un instante un carbonero en la mano, si llevo quince años, desde que esto era un campo de lino sin un solo árbol, esperando a que anidara por aquí un carbonero palustre.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 26-5-2007

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