C.IGLESIAS

PUERTAS DEL CIELO

Se diría que la obra del arquitecto Rafael Moneo para el nuevo edificio del Museo del Prado necesitaba esas puertas de bronce de la escultora Cristina Iglesias, con motivos vegetales, para que resultara humana.

Así, de lejos, me recuerdan estas puertas a la trama del tronco de un tulipero de Virginia de más de cien años, porque los árboles tienen al principio de su vida los troncos lisos y luego se les empieza a notar en la corteza el relieve de un dibujo peculiar en cada especie que se hace más evidente con el paso del tiempo, como si de las venas de las manos de un anciano se tratara. En el caso del tulipero, la trama es oscura y hace una suerte de rombos muy profundos como los que deja, en relieve, el agua del mar sobre la arena cuando baja la marea. También las secuoyas gigantes, aun siendo de una madera muy blanda, tienen surcos similares en su corteza y, curiosamente, viven estos árboles gigantes tanto como dicen que vivirán las puertas de bronce: al menos tres mil años.

A medida que la arquitectura provoca mayor asombro, va necesitando cada vez más de la sencillez de la rama, del vuelo del pájaro, del aire y de la luz y del reflejo del agua, de todo aquello que no somos capaces de construir en toda su hermosa y espontánea naturalidad.

La obra de Moneo representa la perfección que todos quisiéramos alcanzar, la línea pura y limpia, la claridad, el espacio abierto a la luz del sol y de las nubes, pero esta trama retorcida, oscura, imperfecta y vegetal de las puertas, la humaniza, porque nos recuerda lo que somos de verdad, ramas sufrientes que quieren, sin alcanzarlo jamás, tocar el cielo.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 5-2-2007

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